Colores

Crónica de una mantis marina conmovida en su mundo multicolor

mantis marina Me da mucha ternura cuando los humanos se emocionan por los colores que pueden ver. Que si la primavera llena de colores sus jardines o que si la lluvia del verano les pinta el cielo con un arcoíris. Pero ver el mundo con tres receptores de colores está sobrevalorado. Si nos vamos a poner estrictos, mejor verlo con 12, como nosotras. Así como lo dije, nosotras, las mantis marinas, tenemos 12 tipos diferentes de receptores de luz en nuestros ojos. Como si esto no fuera suficiente, un grupo de humanos acaba de observar con sus tres tipos de receptores que seis de nuestros receptores tienen la capacidad de diferenciar entre varios tipos de ondas de luz ultravioleta –cinco ondas, para ser exacta–.

Quienes nos estudiaron, de universidades estadounidenses y suecas, mencionan en su trabajo que hacemos uso de unos filtros ópticos ultravioleta que están presentes en las células de nuestros ojos. Ellos analizaron de lo que están hechos nuestros filtros y detectaron que es una sustancia que se puede encontrar en la piel o esqueleto de algunos organismos marinos.

Los humanos llaman a esta sustancia “protector solar natural”, muy al estilo de la crema que se ponen cuando van a la playa a asolearse. Y es que esta sustancia que encontraron en nuestros ojos nos protege de los daños causados por los rayos UV.

Una cosa es cierta: los humanos entienden muy poco nuestra visión, a la que ellos llaman “compleja”. Ahora, tienen la idea de que esta detección de rayos UV nos permite identificar presas en los corales.

Y claro, yo podría decirles la verdad. Pero prefiero seguir por ahí, andando en mi mundo brillante y lleno de imágenes fascinantes. ___________________

Bibliografía:

Nota fuente en Science Daily   | Artículo original en Cell|Nota original en el Blog de Historias Cienciacionales

Los coloridos disfraces del camaleón

19012014

A todos tomaría por sorpresa la noticia que llegó a casa de Devi Stuart-Fox, en mayo de 2003. A sus 27 años, la joven investigadora había sido galardonada con la beca L’Oréal-UNESCO para Mujeres en la Ciencia por sus estudios sobre la ecología y evolución de los “dragones barbudos”, un tipo de lagarto con el cual Devi convivió desde su infancia en los suburbios de Brisbane, la tercera ciudad más grande de Australia.

Un mes más tarde del inesperado suceso, durante una entrevista con la periodista Isla Withcroft, Devi hablaría sobre su pasión con otros reptiles, los camaleones: «Una de las cosas que realmente me fascinan de ellos es cómo cambian de color según la situación social en que se encuentran. Me gustaría investigar más sobre cuándo y porqué lo hacen».

Vaya que lo hizo. Cinco años después, ella y su esposo demostraron que estos  reptiles aprovechan rápidos cambios de color para comunicarse entre sí, y no  –como normalmente se cree– para camuflarse con su ambiente.

El cuerpo de los camaleones es un lienzo que se tiñe de los colores más sobrios y, a su vez, de los más extravagantes. Es una pintura cambiante donde los patrones más caprichosos pueden borrarse en un instante, sólo para reaparecer al siguiente. Es azul turquesa. Es amarillo. Es blanco y verde unidos. Es un café efímero. Es un espectáculo al cual los espectadores humanos rara vez estamos invitados.

Desde finales del siglo XVI, muchos estudiosos comenzaron a preguntarse la razón de los disfraces del camaleón y concluyeron que sus cambio de color tiene poco, sino nada, que ver con tratar de igualar los tonos de la vegetación o el suelo. Cientos de años después, con su investigación de 2008, Devi confirmó esta hipótesis al observar que los camaleones tienden a adquirir colores más brillantes durante ciertas ocasiones, especialmente cuando se comportan de manera agresiva. Además, descubrió que no importa cómo veamos nosotros la piel teñida de estos animales, sino cómo la ven otros camaleones y sus depredadores (aves y serpientes, principalmente).

El estudio de Devi y su esposo sirvió como base para una investigación más reciente, realizada en 2013 por científicos estadounidenses, que ayuda a esclarecer el misterio detrás de las señales coloridas de los camaleones. Tras combinar modelos matemáticos y fotográficos para examinar el cambio de color en Chamaeleo calyptratus, Russel Ligon y Kevin McGraw, ambos de la Universidad de Arizona, reafirmaron la idea de que los cambios de color en camaleones ocurren cuando interactúan entre sí. Russel y Kevin se sorprendieron al ver que, durante las peleas entre machos que compiten por territorio o hembras, el individuo que exhibe los colores más brillantes y cambia más rápido de color gana con mucha más frecuencia. «Al usar señales de color llamativas y al cambiar drásticamente su apariencia, los cuerpos de los camaleones se convierten en un cartel que anuncia quién es el ganador, incluso antes de que haya cualquier contacto físico”, menciona Russel Ligon para resumir su descubrimiento.

Pero aún falta mucho que averiguar sobre los camaleones y sus distintivos colores. Para llegar a comprenderlos mejor, Devi Stuart-Fox, obsesionada con las formas y colores de la naturaleza, ha comenzado a estudiar los cambios de color en distintos organismos, sobre todo en otras partes del mundo: «en Australia no hay muchos reptiles llamativos. Casi todos son marrones, como el color de este continente».

Bibliografía:

Artículo original en Plos biology|  Nota fuente en  Royal Society Publisihing  | Nota en el blog de Historias Cienciacionales

Mide tu creatividad en una palabra

Fuente: Pinterest. Pablo Picasso solía decir que “cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”. Tantos buenos inventos, tantas buenas ideas ¿cómo habrán hecho sus creadores para pensar en ellos?

A un grupo de investigadores se les ocurrió una idea y la pusieron a prueba: la creatividad se puede manifestar incluso en respuestas de una sola palabra. Ellos comparten la idea de que los productos de la creatividad deben ser novedosos y útiles, y no sólo algo que surge al azar. Y aunque ya existen métodos para medir la creatividad, algunos no toman en cuenta la calidad del producto.

Para este estudio, pidieron la participación de 193 personas. Por dos minutos les mostraron una serie de sustantivos, a los que les debían asignar un verbo, el más creativo posible. Por ejemplo, para el sustantivo “silla”, uno podría pensar en “sentar”, pero un participante contestó “estar de pie”, esto como si uno se ayudara de una silla para estar de pie sobre ella y así cambiar una bombilla. Por supuesto que los investigadores revisaron que las respuestas estuvieran relacionadas con el sustantivo. Posteriormente, se le pidió a los participantes que escribieran una historia, que hicieran un dibujo y que hablaran de sus logros en la vida que involucraran creatividad.

Los resultados demostraron que aquellos que dieron una respuesta creativa en el ejercicio verbo-sustantivo fueron los más creativos en las demás pruebas. Los investigadores sugieren que la prueba del verbo es suficiente para probar la creatividad de una persona.

Ahora mismo los autores de este trabajo están trabajando con la prueba verbo-sustantivo mientras observan la actividad cerebral de los participantes con escaneos por resonancia magnética, ya que esperan detectar las partes de este órgano responsables para la creatividad. Y aunque todavía falta mucha investigación, los resultados ya obtenidos permitirán mejorar programas educativos, sólo por mencionar un ejemplo.

Así que si tienes una idea, deseamos que te encuentre trabajando.

Bibliografía‎:

Artículo original (libre acceso) | Nota en ScienceDaily | Nota de Historias Cienciacionales

Cuando el rojo se vuelve negro

Arriba, “La adoración de los magos” de Peter Paul Rubens, tomada de Wikimedia Commons. Abajo, un acercamiento a las manchas en la pintura original y, en el recuadro, las manchas obtenidas por el equipo de De Wael antes y después de aplicar el agua salada y la luz. (Tomada de la nota fuente). Peter Paul Rubens terminó “La adoración de los magos” para la abadía de San Miguel de Amberes en 1624. A la izquierda de la composición, se observa a Melchor, vistosamente cubierto con una túnica roja, ofreciéndole oro al niño. Para algunos, la elección del rojo en este cuadro refleja la atracción del pintor flamenco por el exotismo oriental. En efecto, probablemente fueron los chinos los primeros en sintetizar, a partir de azufre y mercurio, el pigmento llamado “bermellón”, el más usado para el color rojo en Europa desde el renacimiento hasta inicios del siglo XX. Podría haber varias razones para esa predilección, aunque probablemente ninguna sea que el sulfuro de mercurio, compuesto químico del bermellón, sea tóxico y se vuelva negro con el tiempo.

La mayoría de los pintores europeos sabían que el bermellón (o cinabrio, como también era conocido este pigmento porque se le podía extraer del mineral del mismo nombre) se oscurecía al contacto con el aire. “Mantenga en mente que no está en su naturaleza estar expuesto al aire, sino que se sostiene mejor en el panel que en la pared”, decía el pintor renacentista Cenninno Cenninni. Es por eso que el rojo bermellón fue rápidamente sustituido por el rojo cadmio a principios del siglo XX. Como era de esperarse, ahora que “La adoración de los magos” está resguardada en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, la túnica de Melchor está manchada de negro, lo cual pone en duda las intenciones del rey mago al ofrecer oro al niño. Con todo, la pregunta que nos interesa es ¿por qué el bermellón se oscurece con el tiempo? Y, lo que quizá importa más a los restauradores, ¿cómo puede evitarse?

En fechas recientes, se ha investigado por qué este pigmento tan famoso se vuelve negro. En 2002, J. K. McCormack, de la Universidad de Nevada, propuso que el oscurecimiento del bermellón se debe a que el mineral del cual proviene contiene impurezas, principalmente compuestos de cloro u otros elementos halógenos (flúor, bromo, yodo o astato). McCormack explicaba que esas impurezas, bajo la luz del sol, provocaban un cambio químico en el sulfuro de mercurio. Sin embargo, no propuso qué compuesto era el que producía el color negro. Tres años después, Katrien Keune y sus colegas en la Universidad de Amsterdam propusieron que el sulfuro de mercurio, en presencia de luz y de iones de cloro, seguía una serie de reacciones que terminaban con la producción de mercurio metálico, el mismo que encontramos en los termómetros. Este elemento sería el culpable del efecto oscurecedor. Esta semana, científicos de la Universidad de Amberes han mostrado experimentalmente que el bermellón en efecto puede producir mercurio metálico bajo esas condiciones, y que las manchas negras en las obras maestras del pasado muy probablemente sean causados por este elemento.

Karolien de Wael y su equipo colocaron un poco de bermellón en una superficie de platino y la sumergieron en agua con cloruro de sodio (es decir, sal de mesa). Después de alumbrar el pigmento sumergido, éste adquiría manchas negras. Para saber si esas manchas eran mercurio metálico, calcularon el voltaje que necesitarían los iones del mercurio para liberarse del mineral del pigmento y se lo aplicaron al agua: el resultado fue que las manchas se perdían.

Con este conocimiento, los restauradores y conservadores de arte pueden desarollar mejores técnicas para evitar que el rojo se vuelva negro en tantas obras de arte clásicas. Resultaría inviable proteger las pinturas de la luz, pero definitivamente se podría evitar que entraran en contacto con iones de cloro en el aire (mezcla que no sería rara en museos cercanos al mar, por ejemplo), aunque eso implique delicadas medidas de protección. Como mencionan Marika Spring y Rachel Grout de la Galería Nacional de Londres en un reporte especial sobre el tema, el sudor de los visitantes al museo puede traer los temidos iones de cloro al ambiente, por lo que se necesitaría desarrollar sistemas de ventilación que puedan filtrarlos eficientemente. Aún falta averiguar más detalles y aplicaciones sobre esta transmutación de color, pero al menos los científicos nos han podido esclarecer el misterio principal del rojo que se vuelve negro en la pintura de Rubens y en cientos de obras clásicas más.

 

Fuentes:

Nota fuente en Nature | Artículo original de De Wael y sus colegas, publicado  en la revista Angewandte Chemie | Reporte de la Galería Nacional de Londres, publicado en su boletín en 2002 | Entrada en el blog de Historias Cienciacionales