Insectos de proporciones bíblicas

Autor: Emiliano Cantón

Una de las características más conocidas de los insectos es su capacidad de metamorfosis (inmortalizado literariamente en el famoso libro de Franz Kafka). Esto significa transformarse de una oruga suave y regordeta a un bello animal revoloteador como las mariposas, o como un duro escarabajo. Sin embargo, hay muchos insectos que no hacen tal transformación completa, sino que van pasando por etapas de desarrollo progresivas y nunca forman capullo o pupa. Estos son los insectos denominados hemimetábolos. En esta categoría caen todos los “bichos verdaderos” de los órdenes Hemíptera y las libélulas del orden Odonata (que hemos mencionado antes). Otros insectos que tienen transiciones de este tipo son todos aquellos insectos del orden Orthoptera o, dicho de otra forma, todos los parientes de los grillos y saltamontes, sobre quienes hablaremos en esta ocasión.

Aunque asociamos a los grillos y saltamontes con arrulladores sonidos nocturnos o de una apacible pradera, existen otros Orthoptera cuya presencia no es nada alentadora. Hablamos de las langostas, y no, no de aquellas que te sirven en un restaurante de mariscos. La transición de estos insectos de un comportamiento esencialmente solitario y sedentario a uno de agregación y migración es de tal impacto que se considera, literalmente, una señal del fin del mundo (Apocalipsis 9:3 y 9:7 en la Biblia, por ejemplo). Más allá de referencias religiosas, las plagas de langostas son eventos históricos con repercusiones catastróficas para los pobladores de diversas regiones del mundo (por ejemplo EUA, Madagascar, Australia, China, y más). Hoy, a principios del 2020, ya han destruido inmensas cantidades de alimento al este de África, anticipando hambruna y desestabilización económica.

Pero, ¿por qué? ¿Cómo es que estos insectos que generalmente viven plácidamente comiendo pasto puede convertirse en una destructora fuerza de la naturaleza? ¿Cómo pasamos de individuos aislados a nubes de insectos que oscurecen el cielo? Esta pregunta es más compleja de lo que parece, e involucra genética, geografía, y condiciones ambientales.

Todo radica en el ciclo de vida de langostas como Locusta migratoria o Schistocerca gregaria, algunas de las especies más problemáticas. A pesar de que habitan lugares relativamente áridos, estos insectos requieren tierra húmeda para depositar sus huevos y que éstos puedan dar lugar a la siguiente generación. Una fuerte tormenta o inundación crea estas condiciones, y además alienta el crecimiento de plantas que servirán como alimento de las langostas recién nacidas. En su fase solitaria, las langostas se alejan unas de otras y no causan mayor problema. Sin embargo, una sequía o algún otro factor que reduzca la disponibilidad de alimento provoca que, muy a su despecho, las langostas tengan que congregarse en los pocos sitios con recursos. Es aquí cuando inicia una modificación notoria de comportamiento, de apariencia, y de metabolismo. El contacto físico de sus patas, así como la estimulación visual y olfativa de otras langostas, inicia, en apenas unas horas, una serie de cambios neurológicos. Las langostas dejan de sentirse repelidas entre sí, entran en algo parecido a un estado de estrés, y eventualmente migran distancias inmensas en búsqueda de más alimento y espacio. Es semejante al deseo de salir lo más pronto posible de un vagón de metro atiborrado en hora pico. Como las langostas sufren estas transformaciones de manera coordinada, de pronto tenemos miles de millones de insectos viajando en busca de condiciones más favorables.

Imagen: Los dos fenotipos de una especie de langosta. Foto: strangefrontier bajo licencia CC BY-NC 2.0.

Imagen: Los dos fenotipos de una especie de langosta. Foto: strangefrontier bajo licencia CC BY-NC 2.0.

El neurotransmisor serotonina es posiblemente el primer regulador maestro de este cambio en comportamiento, pero a esto le siguen cambios más notorios en las generaciones siguientes. Las langostas en fase gregaria se vuelven más cortas, con mayor musculatura, y adquieren un color brillante, entre otros muchos cambios en su morfología. La migración en cantidades millonarias confiere protección de los predadores, por lo que su color llamativo no resulta problemático. El ciclo de vida de los adultos se vuelve más corto, se reproducen más temprano, aunque las hembras ponen menos huevos. Además, se vuelven menos selectivas en su alimento, incluso llegando a comer plantas que podrían ser tóxicas. Todos estos cambios son tan drásticos que por mucho tiempo los científicos pensaron que los insectos gregarios y los solitarios eran dos especies distintas. En realidad, se trata de polifenismo, una forma de regulación diferencial del genoma de un organismo para generar distintas apariencias. En años recientes, el uso de plataformas de genómica ha empezado a esclarecer los mecanismos moleculares que permiten tal plasticidad. Las langostas resultan un modelo interesante por la rapidez, heredabilidad, y reversibilidad de las transiciones entre estados gregarios y solitarios. A pesar de la información obtenida, aún no tenemos la capacidad de usarla para desarrollar estrategias de contención de daños causados por olas de langostas.

Ahora, si bien las nubes de langostas devoran los cultivos a su paso, son en sí mismas fuentes comestibles de proteína y ácidos grasos. Es más, son de los pocos artrópodos considerados Kosher, razón que aprovecharon las personas en Israel para contender con la plaga que azotó el país en 2013. En muchas tradiciones gastronómicas del mundo existe la ingesta de langostas. Desafortunadamente, una de las estrategias que los gobiernos implementan para limitar el daño de langostas gregarias es rociar con químicos para reducir las poblaciones. La efectividad de los insecticidas una vez que tienes miles de millones de insectos desplazándose rápidamente es cuestionable, pero lo que sí provoca es que estos compuestos se acumulen en sus tejidos. Esto hace que la captura e ingesta de las langostas como sustituto de los alimentos destruidos no sea recomendable.

Imagen: Langostas fritas. Foto: Thomas Schoch/Wikimedia Commons

Imagen: Langostas fritas. Foto: Thomas Schoch/Wikimedia Commons

Los impactos de las langostas pueden empeorar en los próximos años. El cambio climático implica eventos meteorológicos cada vez más extremos, pasando de temporadas de sequía intensa seguidas de temporadas de tormentas excesivas. Estas son precisamente las condiciones ambientales que favorecen las transiciones de poblaciones solitarias a gregarias y las migraciones masivas. La seguridad alimenticia de millones de personas en el mundo se encuentra a merced de estos eventos, particularmente en países que ya sufren de altos grados de escasez. El monitoreo y predicción de las poblaciones de langostas es la estrategia más útil, pero a falta de recursos para implementarlos es posible que tengamos que acostumbrarnos a escuchar sobre la invasión más reciente de langostas. Algunas estrategias de control biológico comienzan a tomar fuerza, como el uso de hongos que atacan a los insectos, pero su utilidad global aún deberá probarse.  Mientras tanto, podemos poner nuestro granito de arena y contribuir con campañas de apoyo a las poblaciones afectadas. Los insectos no conocen fronteras, y puede que pronto nosotros veamos a las langostas descender sobre nuestros hogares.

*Imagen de la viñeta: FAO, 6/4/2014

Editores: Ximena Bonilla, Emiliano Cantón