Recordar o no recordar un sueño, he ahí la cuestión

26022014 " -¿Puedo masajear tus pies?

-¿Por qué quieres masajear mis pies?

-Porque te duelen.

-¿Me duelen?

-Sí. Corriste toda la noche en mis sueños. "

Una de las maneras de agrupar a las personas en este planeta es separando a los que recuerdan santo y seña de lo que soñaron la noche anterior de los que ni siquiera saben que se puede soñar. Sin embargo, los sueños son un tema poco entendido en la esfera científica. ¿Será que existe alguna diferencia en los cerebros de las personas que pueden recordar un sueño de las que no?

Una manera de abordar esta pregunta es a través del estudio de la actividad cerebral de personas en la fase de vigilia y dormidas, a través de una técnica llamada tomografía por emisión de positrones, que detecta y analiza la distribución de la actividad del interior de un cuerpo. Las personas serán divididas de acuerdo a nuestra separación inicial: los que recuerdan un promedio de cinco sueños a la semana y los que recuerdan dos sueños cada mes, aproximadamente.

Si analizamos los resultados, veremos cómo aquellos que recuerdan más sueños tienen una actividad cerebral espontánea importante, ya sea durante la vigilia o dormidos. Esta alta actividad, específicamente en la corteza prefrontal medial y en la unión temporo-parietal, promueve que se generen imágenes mentales y que se almacenen en forma de sueños. Incluso, se ha visto que si se lesionan estas dos partes del cerebro, se deja de soñar.

La unión temporo-parietal es una zona del cerebro relacionada a que pongamos atención hacia estímulos externos. Esto explica por qué las personas que recuerdan lo que sueñan despiertan con frecuencia durante este proceso, ya que un cerebro dormido no es capaz de memorizar información nueva; éste necesita ser despertado para hacerlo.

Una cosa debe quedar clara: la división entre personas que recuerdan o no sus sueños no es la misma a la que hay entre personas que producen pocos o muchos sueños.

Bibliografía:

Nota original en Science Daily| Artículo original en Nature | Nota en el blog de Historias Cienciacionales

*La cita del inicio pertenece a la película “Paris, je t’aime”.