El largo adiós de las ranas

"Ranas", por John Edwards, de la American Philosophical Society. (Flickr) “Ese día, llovieron ranas en el pueblo.” Lo que podría sonar como el final de una novela de Murakami fue algo que realmente sucedió en la localidad de Rákóczifalva, Hungría, en junio de 2010. Para este y otros casos de lluvias de animales (que quizá podamos bautizar como meteorozoológicos), no contamos con una explicación satisfactoria aún. Lo único que sabemos de cierto sobre las precipitaciones batracias es que ocurrirán cada vez con menos frecuencia, hasta que probablemente no vuelvan a ocurrir. ¿La causa? Las ranas, junto con los demás anfibios, están en un riesgo de extinción sin precedentes.

En estos casos, no sirven las posturas nihilistas de la evolución: «Sí, las ranas se van a extinguir, pero ¿qué no todas las especies acaban por extinguirse?». Los estudiosos de la diversidad tienen un nombre para el proceso de extinción que ocurre a un ritmo constante (sea porque la especie evoluciona o porque realmente se extingue): extinción de fondo. Una respuesta a los cínicos evolutivo-nihilistas es averiguar si el actual declive de las ranas es meramente extinción de fondo o es algo más acelerado. De 1980 a 2007, se podrían haber extinguido desde una docena hasta más de 120 especies de anfibios. Malcolm McMallum, de la Universidad A&M de Texas, calculó en 2007 si el ritmo actual de extinción de los anfibios es diferente al ritmo de su extinción de fondo desde que surgieron como grupo –hará unos 360 millones de años, millones más, millones menos. Sus resultados le decían que el ritmo de desaparición actual es 211 veces mayor. Y eso, sin contar a las cerca de dos mil especies que según la IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) están en grave riesgo de extinción.

¿Por qué nos están abandonando de esta forma los anfibios? Se piensa que son múltiples causas, como en todo fenómeno biológico, pero eso no quiere decir que no podamos apuntar algunos dedos. Para empezar, hay que apuntarnos a nosotros mismos. Cambio climático, contaminación, destrucción de sus hábitats, mayor radiación UV por la pérdida de la capa de ozono, todas consecuencias de nuestro paso por este mundo. ¿Por qué a los anfibios los ha afectado tanto todo eso y a otros grupos no? Al parecer, tenemos un aliado en esta innoble tarea de extinguir a los anfibios: el hongo Batrachochytrium dendrobatidis.

Recién identificado en 1990, a B. dendrobatidis se le encuentra en los cinco continentes, y es particularmente despiadado con las ranas. Hay registros de que ha infectado a 350 especies, y Lee Francis Skerratt, de la Universidad James Cook de Australia, y sus colegas afirman que ya ha causado la extinción de unas 200 especies de ranas. Un agente infeccioso tan cruento es raro, mucho más en un grupo de vertebrados de quienes se sabe que tienen un sistema inmune tan fuerte como el que más. Entonces, ¿por qué no pueden combatir a este hongo?

Louise Rollins-Smith, de la Vanderbilt University en EE.UU., y sus colegas probablemente han encontrado la respuesta. Ellos habían observado que el sistema inmune de las ranas que estudiaban no respondía bien a la infección por el hongo. Sospechaban que el hongo interfería en algún sentido con el sistema inmune batracio, así que pusieron a prueba su idea. Pusieron juntos en un cultivo células del hongo y células del sistema inmune de las ranas. Lo que encontraron fue revelador y trágico a la vez. Normalmente, el sistema inmune de ranas o humanos tiene una primera barrera de defensa, que consiste en que el cuerpo reconozca que algo es ajeno. Las células que participan en esta etapa son los macrófagos y neutrófilos y, al parecer, no tenían problema en reconocer al hongo como extraño. Sin embargo, los linfocitos, la segunda línea de defensa, no sólo no podían reproducirse en presencia del hongo, sino que comenzaban a suicidarse (por un proceso conocido como apoptosis). Al parecer, un compuesto en la pared celular del hongo es el elemento tóxico, pero Rollins-Smith y su equipo no han podido identificarlo con exactitud.

Así pues, B. dendrobatidis ataca a las ranas descomponiendo sus defensas. Con una estrategia tan despiadada, uno pensaría que el hongo puede tomar toda la responsabilidad de haber eliminado tantas ranas, mas no sería verdad. Esta misma semana, Jason R. Rohr, de la Universidad de Florida del Sur, y sus colegas encontraron que las ranas se vuelven particularmente sensibles al hongo si durante su juventud de renacuajo tuvieron algún contacto con la atrazina, uno de los herbicidas más usados en la producción agrícola. De modo que no nos preocupemos; también podemos asumir el crédito por esta extinción.

¿Por cuánto tiempo más podremos escuchar a las ranas croar? No es claro, pero por ahora todo parece indicar que van de mal en peor. Si pudieran hablar, seguro tendrían unas palabras para los nihilistas de la evolución: «Sí, al final todos vamos a extinguirnos, pero que quede claro que es diferente un “me extinguí” a un “me extinguieron”».

Bibliografía‎:

Nota fuente, en el sitio de noticias de la Vanderbilt University | Artículo de Rollins-Smith y sus colegas, publicado en Science Artículo de Rohr y su equipo, publicado esta semana en el Proceedings of the Royal Academy B | Artículo de McMallum, que publicó en el Journal of Herpetology en 2007 | Artículo de Skeratt y sus colegas, publicado en EcoHealth también en 2007 | Nota de Historias Cienciacionales