¿XX? ¿XY? ¿De quién son esas manos? [Parte 1 de 2]

Manos de cavernarojas como la granada que se desangra oscuras como el carbón, que también da luz

Los roles sexuales y de género durante la prehistoria constituyen uno de los temas más fascinantes y difíciles de resolver sobre la historia humana.

Cuentan que Pablo Picasso, después de una visita a las pinturas rupestres en las cuevas de Altamira, comentó a sus acompañantes: "después de Altamira todo es decadencia". Podríamos tratar de llegar a una única interpretación sobre lo dicho por el artista, sin embargo, si se trató de una forma de homenaje a lo que en abstracto es considerado por muchos como el nacimiento del arte plástico, o si más bien fue una metáfora poco optimista de la historia humana, eso no lo sabemos con exactitud. Ni lo sabremos seguramente.

Otro pequeño detalle -o grande, según se vea- acerca de semejantes lienzos paleolíticos, refiere a la combinación de cromosomas sexuales que dio origen a tan cavernarios y avanzados trazos. Nos preguntamos con cierta frecuencia, tanto legos como estudiosos del tema: ¿XX o XY? En otras palabras, ¿eran hombres o mujeres quienes pintaban? ¿O tanto ellos como ellas? ¿Ya había rol de sexo o género en esta actividad? ¿Cuándo nace el simbolismo propiamente? El despliegue de preguntas suele aventajar a las posibilidades prácticas de resolverlas. Sabedores de que en muchas ocasiones la historia pasa por personajes concretos, y fruto de nuestra inercia biológica hacia la competencia y por ende a la veneración olímpica de los primeros lugares, encontramos difícil no preguntarnos también ¿y quién pintó primero? Dejemos las inercias para otra ocasión y quedémonos con la pregunta de quiénes pintaban.

No han sido pocos los antropólogos, historiadores, artistas y aficionados que han imaginado una respuesta a tan viejo y fascinante acontecimiento. Eduardo Galeano, por ejemplo, en el relato Fundación de la belleza, publicado en 2008 como parte de su libro "EspejosUna historia casi universal", fantasea su propia respuesta:

Están allí, pintadas en las paredes y en los techos de las cavernas. Estas figuras, bisontes, alces, osos, caballos, águilas, mujeres, hombres, no tienen edad. Han nacido hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira. ¿Cómo pudieron ellos, nuestros remotos abuelos, pintar de tan delicada manera? ¿Cómo pudieron ellos, esos brutos que a mano limpia peleaban contra las bestias, crear figuras tan llenas de gracia? ¿Cómo pudieron ellos dibujar esas líneas volanderas que escapan de la roca y se van al aire? ¿Cómo pudieron ellos…? ¿O eran ellas?

Existen ocasiones en que la poesía, los cuentos y las novelas parecen no sólo imaginar realidades de nuestro mundo, a veces también parece que las descubren, cual química o física de laboratorio. Si bien el universo de posibilidades para la respuesta a nuestra pregunta es sólo de 3 en este caso (sólo ellos pintan, sólo ellas pintan, tanto ellas como ellos pintan) y las probabilidades de sospechar y atinar a una respuesta correcta por puro azar son relativamente altas (1/3), Galeano pareciera imaginar e intuir en la dirección científicamente acertada. Parece también desearlo Galeano. Pareciera que imagina e intenta rescatar del Alzheimer de la prehistoria alguna reivindicación arcaica y olvidada para la mujer, tanto milenio después aún necesitada. A futuro, hombre y mujer son capaces de convertir muchos de sus deseos en realidades; un edificio, una guerra, una idea. Sin embargo, cuando voltean al pasado o a los objetos escrutables (pongamos que la palabra existe) por aproximaciones científicas, sus deseos no afectan la realidad. Al menos es mucho más difícil y cuando sucede, el tiempo y nuevas personas han demostrado ser los mejores aliados de esa verdad que tanto hace recordar (y a veces desear) las formas curvas y asintóticas; por siempre llegando, por siempre aproximándose.

La cuestión de si fueron ellas o si fueron ellos es tan vieja como el descubrimiento mismo de las primeras representaciones pictóricas encontradas en cuevas de Francia y España a finales del siglo XIX. Cuando a principios de los años noventa se descubrieron las pinturas de las cuevas de Chauvet y Cosquer en Francia, el famoso historiador de arte Ernst Gombrich recordó y escribió sobre el hallazgo "Magnum miraculum est homo (gran milagro es el hombre)". Históricamente y bajo esquemas interpretativos, la elaboración de arte prehistórico ha sido atribuida en amplia mayoría al hombre y no a la mujer. -¿Quién, sino un hombre enamorado y agradecido pudo haber elaborado tremendas Venus de Willendorf?- Podría afirmar con cierto humor un antropólogo a su colega mujer. -Es evidente que se trata de autorretratos-, podría responder ella en el mismo tono. La situación de asignar la elaboración de pinturas rupestres al hombre ha constituido la generalidad, como es el caso de aquellas encontradas en cuevas como Pech Merle al sur de Francia, afirma el Dr. Dean R. Snow del departamento de antropología de la Universidad de Pennsylvania. En 2006 el Dr. Snow, resultado de una colaboración con la National Geographic, publicó resultados de lo que él considera es clara evidencia física de participación femenina en pinturas rupestres.

No te pierdas la continuación de este artículo el próximo jueves.

Acerca del autor.

José Rodrigo Flores Espinosa estudió la Licenciatura en Ciencias Genómicas y ha colaborado como estudiante invitado en el Wellcome Trust Sanger Institute de Inglaterra.