Opinión

Argumentos, datos y posturas sobre cómo conservar la biodiversidad del Nevado de Toluca

Colaboración de Alicia Mastretta Yanes, Renata Cao, Sergio Nicasio Arzeta, Paulo Quadri, Tania Escalante Espinosa, Libertad Arredondo y Daniel Piñero

En esta entrada resumimos cuáles han sido las diferentes posturas desde el punto de vista de la biología y del manejo de recursos naturales en uno de los sucesos más importantes que la política de la conservación mexicana ha visto: por decreto presidencial, el 1ro de octubre del 2013, el Nevado de Toluca dejó de ser un Parque Nacional y pasó a ser un Área de Protección de Flora y Fauna. Planteamos también por qué un correcto diagnóstico ambiental es indispensable y cómo, como científicos y sociedad, debemos proponer mejores opciones de manejo a las autoridades.

Quienes promovieron el cambio de categoría y realizaron el estudio previo justificativo se sustentan en el siguiente argumento: por definición, los parques nacionales deben ser propiedad de la nación, sin embargo, el Nevado de Toluca y muchos otros parques nacionales del país pertenecen a ejidos y propietarios privados; estas condiciones incapacitan a los dueños de la tierra para un sustento económico de manera legal, por lo que recurren a la tala ilegal y a actividades agropecuarias que no se encuentran permitidas. Lo anterior, argumentan, ha llevado al deterioro ambiental del Nevado de Toluca a grado tal que la conservación de su biodiversidad se encuentra en grave riesgo.

Esta es una postura compartida entre el Dr. Gerardo Ceballos del Instituto de Ecología de la UNAM, el PROESNEVADO (un programa especial del gobierno del Estado de México) y un grupo de forestales de la Universidad Autónoma del Estado de México. Puede consultarse más en extenso en un artículo de divulgación científica que el Dr. Ceballos escribió para la revista Oikos del Instituto de Ecología de la UNAM.

Por otro lado, preocupados porque el cambio de categoría lograra conservar la biodiversidad del Nevado de Toluca y los servicios ambientales que nos brinda, un grupo de biólogos y geólogos de diversas instituciones nacionales (UNAM, INECOL, entre otros) y extranjeras (University of East Anglia, University of California Santa Cruz e IPNA-CSIC), entre los que nos encontramos la Biól. Alicia Mastretta Yanes, el Dr. Daniel Piñero, la Mtra. Libertad Arredondo, el Mtro. Paulo Quadri, la Dra. Tania Escalante y 30 científicos más, decidimos revisar el programa de manejo de la ahora Área de Protección de Flora y Fauna Nevado de Toluca.

El programa de manejo es el documento que dicta y regula las actividades y su ubicación dentro del territorio del Área Natural Protegida y con qué acciones la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) garantizará la conservación de su biodiversidad. Tras revisar los artículos científicos citados por el programa de manejo y por el estudio previo justificativo, y después de realizar nuevos análisis, concluimos que el proceso de recategorización y el borrador del programa de manejo tienen vacíos de información y datos o interpretaciones incorrectas, tanto desde el punto vista ambiental, como socioeconómico y de política pública.

Por ejemplo, el deterioro del área natural protegida no es homogéneo ni responde a las mismas causas que hace 40 años (Figura 1). Además, la tasa de deforestación planteada en el programa de manejo está sobrestimada y en realidad se refiere a la pérdida de densidad arbórea (detalle en este link). Todo lo cual oculta el hecho de que no todos los tipos de bosque se encuentran afectados. En el mismo número de la revista Oikos, hemos publicado un artículo de divulgación donde resumimos el resultado de estos y otros análisis.

CambiosNevadodeToluca

El área abierta a la agricultura (amarillo) en el Nevado de Toluca no aumentó de 1972 al 2012 y los bosques de oyamel (verde oscuro) y latifoliadas (marrón) no disminuyeron en densidad ni en cobertura. Las imágenes satelitales de 1986 y del 2012 están disponibles en Google Timelapse y el artículo de Franco et al. 2006 aquí (parte A) y aquí (parte B).

 

Hemos insistido mucho en los problemas técnicos con los datos del estudio previo justificativo y del programa de manejo porque es con ellos que se realizó el diagnóstico ambiental y con los que se está fundamentando cómo manejar al Nevado de Toluca. En otras palabras, al igual que con una enfermedad humana, si el diagnóstico es incorrecto el tratamiento también lo será y perjudicará en vez de beneficiar. La labor del médico que lo descubra es informarlo y empezar cuanto antes con el tratamiento que sí sea adecuado.

En el caso del Nevado de Toluca, lo preocupante es que no existe evidencia de que las actividades y zonificación propuestas por el borrador del programa de manejo del 2013 (y de su nueva versión al 2014), crearán las condiciones socio-ambientales necesarias para conservar al Nevado de Toluca y para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. El manejo que tendría el Área Natural Protegida no está diseñado para favorecer la conservación de su biodiversidad y la restauración de los bosques que se encuentran degradados, sino que favorece que los bosques que sí están conservados sean abiertos a la explotación forestal.

Lo que los proponentes del cambio de categoría están haciendo es promover una visión de explotación de los recursos naturales en lugar de una de conservación y manejo con bases ecológicas y de visión sistémica. Este cambio de paradigma pone en gravísimo riesgo la conservación de la biodiversidad, los servicios ambientales que nos brinda el Nevado de Toluca y no garantiza beneficios sociales para los pobladores locales.

Nuestro involucramiento con la CONANP empezó en noviembre del 2013 en respuesta a la consulta pública sobre el borrador del programa de manejo del 2013. En los subsecuentes nueve meses realizamos una serie de propuestas para mejorarlo, principalmente en torno a la Subzonificación. El 1ro de agosto del 2014, la CONANP puso a consulta pública la segunda versión del borrador del programa de manejo. Dicha versión modificó nuestras propuestas sin brindarnos argumentos técnicos sólidos que lo justificaran.

Actualmente, la consulta pública de la segunda versión está abierta a revisión, es por eso que invitamos a los interesados a consultarla y realizar recomendaciones.

La obligación de las autoridades es atender las observaciones de la ciudadanía y la comunidad científica, pues cualquier argumento para modificar los instrumentos regulatorios de un área natural protegida debe realizarse con datos fidedignos y poder sostenerse ante una evaluación estricta y crítica. De forma subsecuente, la CONANP debe garantizar que el manejo de un área natural protegida afectada por dichos cambios se hará en pro de la conservación y del bien común.

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La foto del Nevado de Toluca al inicio de esta entrada fue tomada por Benjamin Bernal.

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Acerca de los autores

A. Mastretta Yanes es bióloga egresada de la UNAM. Del 2007 al 2010 trabajó en proyectos de manejo sustentable de recursos naturales y pago por servicios ambientales. Actualmente realiza su doctorado en la University of East Anglia, Inglaterra. Su proyecto estudia el efecto de los cambios climáticos históricos en la distribución de la diversidad genética en plantas de las montañas más altas del centro de México.

R. Cao es bióloga egresada de la UNAM. Del 2011 al 2013 trabajó en proyectos de conservación y manejo sustentable de los recursos naturales en la Selva Lacandona. Este año egresó de la Maestría en Gestión Ambiental, Conservación y Manejo Sustentable de Recursos Naturales por la Universidad de Queensland, Australia, en donde enfocó sus estudios al manejo y gestión de Áreas Naturales Protegidas.

S. Nicasio Arzeta es biólogo egresado de la UNAM. Desde 2011 es estudiante de doctorado en el Centro de Investigaciones en Ecosistemas en Morelia. Su proyecto consiste en evaluar el potencial del territorio con actividades humanas para mantener la conectividad del paisaje de mamíferos terrestres y plántulas de árboles dentro de fragmentos de bosque tropical húmedo en la Selva Lacandona.

P. Quadri estudió comunicación en la Universidad de las Américas Puebla. Del 2007 al 2010 trabajó en la CONANP. Es maestro en estudios ambientales por la Universidad de Yale en los Estados Unidos. Actualmente es estudiante de doctorado en el departamento de Estudios Ambientales de la Universidad de California, donde investiga las relaciones entre cambios en la cobertura y uso del suelo, microclimas y el funcionamiento de las comunidades y ecosistemas en bosques del centro de México.

T. Escalante Espinosa realizó sus estudios de doctorado y posdoctorado en la UNAM. Actualmente es profesora Titular A de tiempo completo en la Facultad de Ciencias de la UNAM en el grupo de trabajo de Biogeografía de la Conservación, del Departamento de Biología Evolutiva. Sus líneas de investigación son la biogeografía, la biología de la conservación, la distribución de la biodiversidad y la mastozoología.

L. Arredondo-Amezcua es Maestra en Ciencias por el Centro de Investigaciones en Ecosistemas de la UNAM. Actualmente trabaja como técnico externo para el proyecto de la Flora alpina del centro de México, para el Instituto de Ecología A.C. – Centro Regional del Bajío; cuyo objetivo es inventariar la diversidad florística de los pastizales alpinos de los volcanes más altos de la Faja Volcánica Transmexicana, así como su estado de conservación.

D. Piñero es investigador del Instituto de Ecología de la UNAM. Dirige proyectos sobre genética de poblaciones de plantas, en particular de filogeografía y estructura genética en especies mexicanas.

Cómo publicar un artículo de acceso libre en una revista de acceso restringido

Publicado originalmente en SVPOW por Mike Taylor.

Recientemente tuve una conversación con un amigo que está a punto de publicar su primer artículo. El artículo ya pasó las etapas de revisión y está aceptado en una revista de prestigio y de la vieja escuela. No es una revista de acceso libre (open-access, OA) y mi amigo me pidió consejos para saber cómo podría publicar el artículo bajo el esquema de acceso libre en esta revista.

Tuvimos una discusión fructífera y ambos estuvimos de acuerdo en que podría escribir las conclusiones de esa discusión en este blog.

Para publicar un artículo de acceso libre en una revista de acceso restringido existen varias opciones. La primera opción es pagarle a la editorial para que tu artículo sea de acceso libre. Esa es una opción legítima en las revistas “de acceso libre híbrido” (hybrid OA journals), las cuales en este momento son prácticamente todas las revistas de acceso restringido. Pero incluso cuando la revista te invita a hacerlo, no siempre es posible. En este caso, mi amigo no tiene fondos institucionales disponibles para este rubro y realmente no está en posición de pagar tres mil dólares de su propio bolsillo.

La segunda opción es escribir a la revista diciendo que seleccionaste la opción de acceso libre, pero dado que no tienes financiamiento institucional debes solicitar una exención del pago. ¿Funcionará esta opción? Es imposible decirlo a menos que lo intentes. Algunas revistas tienen una política de “no-hay-exención-de-pago”. Rayos, incluso algunas tienen una política de “siempre concedemos las exenciones, pero no las anunciamos”. Mi idea es que la mayoría no tienen una política al respecto, ninguna en absoluto, pero que los editores (quienes son investigadores en su mayoría) tenderán a ser empáticos y apoyarán tu caso. De cualquier manera, no pierdes nada con solicitar la exención de manera amable.

Si eso falla, la tercera opción es usar el addendum SPARC para autores. Al utilizar este instrumento legal (el cual está disponible gratuitamente), no transfieres los derechos de autor a la editorial -algo que la editorial usualmente requiere- sino que les otorgas un permiso de publicación no exclusivo (lo cual es lo único que necesitan). Esto te otorga la libertad de publicar legal y gratuitamente la versión revisada de tu artículo en cualquier otro sitio: en un portal institucional, en tu página web personal o en cualquier otro lugar. Yo nunca he utilizado este recurso pero he escuchado que es ampliamente aceptado.

Si la editorial es tan intransigente como para rechazar el addendum SPARC, la cuarta opción es dedicar tu manuscrito al dominio público, por ejemplo, publicando en arXiv con la declaración de dominio público de Creative Commons. Una vez que esto está hecho, devuelve la forma de cesión de derechos al editor, diciéndole que no hay derechos de autor que transferir. Las editoriales están acostumbradas a tratar con artículos que no tienen copyright, por ejemplo, cualquier cosa que sea autoría de empleados del gobierno federal de los Estados Unidos está en la categoría de “dominio público”. Sus formularios de derechos de autor usualmente incluyen una sección para declararla libre de derechos o del dominio público.

Finalmente, si por alguna razón todas las tácticas anteriores fallan (si la revista simplemente se rehúsa a otorgarte una exención del pago, no acepta el addendum SPARC y rechaza que el trabajo sea de dominio público a menos que sea escrito por trabajadores del gobierno estadounidense -y si a pesar de su evidente hostilidad hacia la ciencia estás aun interesado en que esa revista acepte tu artículo) entonces tienes una última opción: sigue adelante, cede los derechos, y entonces coloca la versión final en PDF en tu página web personal*. Técnicamente no tienes el derecho a hacerlo, pero históricamente nunca ha sido un problema. Se hace de manera rutinaria, especialmente por profesores de la vieja escuela a quienes nunca, ni por asomo, se les hubiera ocurrido que compartir su propio trabajo podría ser un problema.

Sólo para ser claros, no estoy promoviendo esta última opción. Las cuatro primeras opciones son mejores porque están en completo acuerdo con las leyes de propiedad intelectual. Pero cuando te enfrentas a una editorial que simplemente está determinada a prevenir que tu trabajo sea leído, entonces tienes que plantearte si estás más interesado en respetar el copyright o en hacer lo que es correcto. Esta es la situación con muchos de mis primeros artículos, cuando en mis estúpidos días de juventud cedía la propiedad intelectual a las editoriales sin siquiera pensar en ello. Habiéndome metido en eso, me parece que colocar tales artículos disponibles para el público de cualquier manera posible es la menos mala de todas las opciones. Actualmente, sin embargo, nunca escogería esa opción dado que publico mis artículos exclusivamente en revistas de acceso libre.

En resumen:

La opción cero, que no se discute aquí, es que mandes tu artículo a una revista de acceso libre. Así, ninguno de estos problemas hubiera surgido, pero si ya no estás en posición de hacerlo:

1. Si tienes los recursos, úsalos para pagar a la editorial de manera que tu artículo sea de acceso libre.

2. Solicita una exención del pago.

3. Usa el addendum SPARC para autores para mantener la propiedad intelectual sobre tus trabajos y otorga a la revista una licencia para publicarlos.

4. Haz que tu manuscrito sea del dominio público y dile a la editorial que no puedes transferirles la propiedad intelectual de tu trabajo porque no existe propiedad intelectual en ese trabajo.

5. Si todo lo demás falla, de todos modos, haz que el artículo sea accesible para todo el público*.

* Nota del traductor: El texto menciona explícitamente que publicar el artículo en una web institucional o personal sin permiso de la editorial no es técnicamente legal y Taylor no lo recomienda. Recientemente Elsevier, una de las editoriales más importantes de revistas académicas, emprendió acciones legales contra diversas instituciones por violaciones a los derechos de autor. Para más información leer esta nota.

Acerca del autor: Michael P. Taylor es investigador asociado en el Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Bristol. Es un defensor y promotor del Open Access, Open Source y Open Data. Puedes encontrarlo en twitter como @MikeTaylor

Crónica de un mexicano en el festival mundial de la ciencia

Eran las 10 en punto de la mañana, las puertas del elevador se abrían y entré al recinto. El lugar era un collage impresionante: por aquí un taller de carpintería, más allá un mini-estudio de televisión, por allá una sala de conferencias. En el bullicio del lugar se podían escuchar todas las entonaciones imaginables del inglés. Diez minutos después se escuchó una voz por el micrófono: “Bienvenidos al primer hackatón del festival internacional de la ciencia”. Todos aplaudimos y nos emocionamos como si estuviéramos en un concierto de rock. Pero aquel día nadie iba a usar el escenario para cantar. En lugar de eso escuchamos atentos la presentación de una docena de proyectos: desde un collar para rastrear la actividad de tu perro, hasta un programa para ayudar a analizar los datos del Gran Colisionador de Hadrones. Me encontraba ni más ni menos que en el science hack day organizado por el “World Science Festival 2013 (Festival Mundial de la Ciencia 2013)” en la ciudad de Nueva York.  La idea del evento era bastante simple: personas de muy diversas áreas con interés en la ciencia nos reuniríamos un fin de semana con el objetivo de hacer hacks, es decir, proponer soluciones innovadoras (aunque no necesariamente elegantes o bien desarrolladas) a problemas concretos relacionados con diversos proyectos científicos, mejorar o extender sus aplicaciones, aportar ideas, construir dispositivos, probar programas o incluso comenzar proyectos nuevos. Todo en un tiempo récord y trabajando en equipos con personas que recién acababas de conocer y que podían ser desde estudiantes de preparatoria, hasta profesores retirados, pasando por ingenieros, artistas, científicos, diseñadores, escritores, periodistas, por mencionar algunos.

Una pantalla gigante con este logo era lo primero que recibía a los “hackers”

 

La diversidad de proyectos también fue impresionante: por un lado un físico cuántico de la Universidad de Zúrich que quiere crear un modelo estándar que sea fácil de entender para la gente común y los estudiantes de física que se empiezan a interesar en el campo; por el otro, un biólogo molecular de la Universidad de Nueva York que secuenció el ADN de las bacterias de un billete de un dólar; más allá un ecologista interesado en crear un dispositivo que rastree la basura.

Yo me interesé en el proyecto de un joven estudiante del Instituto Politécnico de Nueva York. Se trataba de una aplicación para iPad llamada “lewis dots”. Es un pequeño programa que muestra de forma interactiva el concepto de la formación de uniones entre los átomos y que a los niños les suele gustar bastante.

Acabó el hack day (que en realidad fueron dos: sábado y domingo) y terminé exhausto, pero me sentía muy satisfecho por la experiencia. Aunque no pudimos avanzar tanto como nos hubiera gustado con la aplicación (dos días es muy poco para todas las ideas que surgieron, incluso para una aplicación relativamente simple), salí con una gran sonrisa en el rostro, pues conocí un gran equipo de personas interesadas en hacer que la ciencia llegue a la gente y me enteré de algunas útiles herramientas para los que estamos interesados en la divulgación y la ciencia ciudadana.

Era temprano y todavía quedaba una hora para la conferencia-debate a la que asistiré, así que paseé un rato por la feria callejera que el festival instaló cerca del Washington Square. Me impresionaron las multitudes de niños que se acercaban a ver las demostraciones que los científicos de las principales universidades de la ciudad prepararon para ellos. El festival era enorme y muy interesante. El stand del Museo de Historia Natural me llamó particularmente la atención, pero no pude verlo porque se me estaba haciendo tarde y debía apresurarme para llegar a tiempo al debate.

Llegué a la hora exacta y a los pocos minutos las luces se apagaron y la conferencia comenzó. Destacados científicos y expertos del área de la epigenética (como el Dr. Jean-Pierre Issa, uno de los pioneros en el uso de una “terapia epigenética” para el tratamiento de algunos tipos de cáncer) discutieron sobre las implicaciones sociales de esta ciencia naciente que busca el vínculo entre los genes y el medio ambiente. Mi área de investigación es precisamente la epigenética, así que sobra decir que estaba bastante emocionado por ver a varios de mis ídolos discutiendo entre ellos en un ambiente completamente distinto a la formalidad de los congresos científicos. La discusión abarcó una gran cantidad de temas y el tiempo fue poco: se discutieron ideas básicas sobre lo que sabemos de epigenética y su implicación para la vieja pregunta de ¿qué es más importante los genes o el ambiente?. La plática continuó con el tema de la privacidad de los datos epigenéticos y su falta de regulación, así como las nuevas tecnologías para obtenerlos y analizarlos. El debate finalizó con las implicaciones de la epigenética en la salud pública. Una cosa me quedó clara: hay todavía mucho por discutir y aún más por explorar.

En la conferencia de epigenética y sociedad.

 

El día terminó y no podía estar más feliz. Al ver las sonrisas de los niños que les iban platicando a sus padres las cosas que vieron, me doy cuenta que no fui el único. No puedo evitar sino pensar en mi país y en lo increíble que sería tener un evento de este tamaño ahí. ¿Qué mejor forma de llevar la ciencia a la gente que mostrándola en la calle? ¿Qué mejor manera de inspirar a la próxima generación de investigadores y tecnólogos que mostrándoles las maravillas científicas cuando son niños? Ya para este punto mi deseo se transforma en convicción: algún día México tendrá un festival internacional de las ciencias, algún día tal vez no demasiado lejano...

 

Posdata: Si saben inglés y quieren ver algunas de las conferencias del festival, hagan clic en este link. No se las pierdan, están todas muy interesantes.

 

 

David Valle es co-fundador y ex-presidente de Más Ciencia por México. Estudia el Doctorado en Ciencias Biomédicas de la UNAM. Lo pueden encontrar en twitter (@dav7mx) y en www.david-valle.org

Impulsando al periodismo científico

Por: Erik Vance

Traducido del inglés por: Gustavo Rodríguez Publicado originalmente en The last Word on Nothing  y traducido con permiso del autor.

Hace varias semanas fui invitado como asistente a un taller fascinante sobre periodismo. El taller fue organizado por la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICyT) y consistió en una reunión de escritores de ciencia de México y el extranjero para debatir sobre la definición de la escritura científica. Se trató de ese tipo de diálogo filosófico con el cual no estás en contacto tan a menudo como escritor en activo, cuando estás más enfocado en vender historias y cumplir con fechas límite. Pero es un tema crucial, especialmente en México. A pesar de ser un mercado masivo con un idioma compartido, la comunidad de periodistas o escritores científicos pasan por alto a Latinoamérica. Por un lado, en países como México, Colombia, Argentina y Chile (omitiendo a Brasil porque estoy hablando sólo sobre periodismo científico en español) se realizan esfuerzos robustos para fortalecer la investigación. Por el otro, la mayoría de las revistas de "ciencia" disponibles para el público en general son sencillamente vergonzosas. Las dos revistas más importantes, Quo y Muy Interesante, se exhiben con portadas acerca de extraterrestres, teorías de la conspiración e incluso la siempre popular historia de Jesús-en-crisis. Cerca de la mitad del material es ciencia legítima y la otra mitad... bueno, a mí realmente me gustó el reportaje acerca de los hombres lobo.

Pero este es el meollo del asunto: si lees las versiones españolas de estas revistas no hay extraterrestres o historias de crucifixión sino, únicamente, verdadero periodismo científico. En otras palabras, los editores de estas revistas tienen un concepto tan pobre de Latinoamérica que están convencidos de que la única manera de vender ciencia es disfrazarla como si fuese un tabloide de supermercado. Estoy seguro de que esto no es cierto: la versión en español de National Geographic no se rebaja a esos niveles y tiene buenas ventas, además, la mayoría de los mexicanos con los cuales he hablado se sienten apenados por revistas como Quo y Muy Interesante y aquellos que quieren periodismo científico de calidad prefieren Scientific American, New Scientist o cualquier revista extranjera que puedan conseguir.

Como muchos mercados emergentes, México necesita periodismo científico de calidad y está realmente ansioso por él. Pero necesita historias con un toque mexicano escrito por la gente que vive aquí en vez de por "escritorzuelos" como yo, o peor, por gente que nunca ha estado en el país. Debido a esto, mucha de la conversación en el taller de la SOMEDICyT se enfocó en cómo el periodismo científico puede mejorar en México. Imagino conversaciones similares en India, Brasil, China y Sudáfrica. Se habló del acceso a las nuevas alternativas de comunicación y a los medios tradicionales, como los diarios impresos de interés general. Hubo una familiar inquietud sobre cómo repartir las responsabilidades y cómo llamar la atención de los editores que se sienten inseguros sobre las historias de ciencia. Pero con una población tan grande y desatendida, Latinoamérica necesita dejar de preocuparse por su penosa rebanada del pastel y simplemente expandir sus horizontes. La pregunta no debe ser cómo podemos tener más periodismo científico en Latinoamérica, sino cómo debe presentarse la siguiente generación del periodismo científico latinoamericano. Una generación que sea inteligente, creativa y que se identifique con su propia cultura. Cuando pienso en el futuro del periodismo científico en inglés pienso en la edición electrónica de NatGeo, Mental Floss, I Fucking Love Science, Download the Universe, y ya que estamos en esto, incluso en xkcd y Logicomix.

Decir que por el hecho de que México es un país católico el periodismo científico debe enfocarse en nacimientos virginales y milagros para conectarse con el ciudadano común es una muestra de cinismo o de manipulación pura. Habiendo pasado una moderada cantidad de tiempo con pescadores pobres, puedo decir que ellos tienen las mismas preguntas acerca de los océanos, las estrellas y la medicina que tiene cualquier persona que no lee Nature.

Una revista mexicana que realiza esfuerzos responsable por informar al público acerca de temas científicos es ¿Cómo ves?, una revista de la UNAM, la Universidad más grande de México. Ahora bien, como revista institucional ¿Cómo ves? podría no ser el futuro del periodismo científico pero trata a sus lectores como adultos que buscan información científica confiable, simple y sustancial. Su editor, Estrella Burgos, es una asistente regular en los congresos de periodismo científico y piensa profundamente al respecto (y para ser sinceros, se ha convertido en una amiga mía). Hace un par de años Burgos se dio cuenta de que la revista se había forjado a una audiencia de lectores de entre todos los lugares, en las prisiones mexicanas. Recibió dos correos electrónicos que desde mi punto de vista responden a la pregunta de qué es lo que hacemos los periodistas científicos. Uno de los correos electrónicos fue de un interno que le agradecía por haberle permitido, aunque fuese por un instante, ver el vasto mundo desde su triste celda. ¿Cómo ves? lo había sacado de su rutina y le permitió volar con águilas pescadoras, viajar a la velocidad de la luz y sumergirse hasta el fondo del océano.

El segundo correo electrónico fue de un interno que había leído la revista y la relacionó con su propia situación:

"Mi interés en la comida surgió a partir del lugar en el que vivo actualmente y de las cosas que observo. A lo largo de los últimos meses nos han reducido las raciones de alimentos hasta una cantidad ofensiva -eso sin mencionar la calidad-. Prácticamente cada plato de pollo que se nos sirve tiene vísceras, cartílago y pedazos de huesos triturados, como si en vez de limpiar la carne pusieran al pollo en una licuadora gigante hasta alcanzar una textura y un color desagradable que es casi tan horrible como su hedor. Mi teoría es que dado que nos pusieron "a dieta" todos los internos estamos de mal humor: realizamos nuestras actividades con apatía e incluso la civilidad más básica está desapareciendo poco a poco y han habido más intentos de suicidio. No sé quién podría realizar una investigación al respecto, pero tal vez usted esté interesada en mostrar que incluso la nutrición es parte de la rehabilitación social."

Transportar, iluminar y educar: ese es nuestro trabajo, además de hacer brillar la luz de la ciencia en algunas esquinas oscuras de vez en cuando. Y si dos internos confinados a una prisión mexicana pueden interesarse en la ciencia, entonces muchas personas más alrededor del mundo también pueden hacerlo. México y Latinoamérica necesitan tomar el ejemplo del India's Playbook y partir de allí. Acercarse no sólo a la gente a la que ya le gusta la ciencia, sino a la gente que aún no sabe cuánto pueden llegar a amarla.

Yo no sé cuál es el futuro del periodismo científico en México. Sé que yo no soy quien va a crearlo. Pero en cuanto llegue, ya sea en línea, por televisión o a la vuelta de la esquina, cambiará completamente el terreno de juego. Abróchese el cinturón de seguridad y prepárese.

Acerca del autor:

Erik Vance es un periodista científico radicado en México. Escribe acerca del medio ambiente, México, el cerebro y cosas que te hacen pensar “no necesitaba saber eso”. Puedes encontrarlo en twitter como @ErikVance o en su página web.

Seis obstinados mitos acerca del cáncer

 El internet está lleno de información errónea acerca del cáncer, con consecuencias que podrían ser trágicas para los pacientes.

Por: David Robert Grimes

Traducido del inglés por C. Daniela Robles-Espinoza

Publicado originalmente en theguardian.com y traducido con permiso del autor.

 

Hay pocas enfermedades que nos aterrorizan más que el cáncer. Ya que hasta una tercera parte de nosotros desarrollaremos cáncer en alguna etapa de la vida, es casi imposible mantenerse indiferente a esta enfermedad. Como un siniestro recordatorio de que somos mortales, el cáncer nos asusta de tal forma que preferimos evitar discutirlo, y el lenguaje que usamos cuando lo hacemos está plagado de eufemismos.

El reciente documental del Canal 4 británico, “You’re killing my son” (“Estás matando a mi hijo”, en español), contó la historia de Neon Roberts, un joven cuyo tratamiento para un tumor cerebral fue detenido por su madre Sally, quien estaba convencida de que la radioterapia le causaría daños a largo plazo y prefería intentar tratamientos médicos alternativos.

Tras una difícil batalla judicial, Neon recibió radioterapia, dejando a su madre poco convencida. “Que los doctores causen la muerte es muy común, pero afortunadamente, varios de nosotros nos hemos educado gracias al internet” dice ella en el documental. “Hay tantas otras opciones que nos han quitado, que se nos han negado”.

El caso de Neon Roberts es trágico y revela la cantidad de información errónea que rodea a esta enfermedad, pero el comentario de la Sra. Roberts no debe ser completamente ignorado. Tan confundida como pueda estar, no se puede negar su punto: el internet está lleno de información acerca del cáncer. Una gran parte de esta información es dudosa y estrafalaria, pero diferenciar entre verdad y ficción puede ser difícil. Esto ha provocado que muchos mitos acerca del cáncer cobren vida en línea.

Si bien sería imposible abarcar todas las leyendas que existen alrededor de este tema, vale la pena desmitificar algunos de los malentendidos más prevalentes.

 

La tasa de incidencia del cáncer está aumentando

Esta aseveración es cierta en un sentido, pero a menudo es citada como “prueba” de que nuestro mundo se está volviendo más carcinogénico. La edad es el mayor factor de riesgo independiente asociado con el desarrollo del cáncer, y como ahora vivimos más años no es muy sorprendente que la tasa de incidencia esté aumentando. Esto solamente significa que ahora hay menor probabilidad de que muramos de la serie de plagas y heridas que devastaron a generaciones anteriores. Lo que es esperanzador es que las tasas de supervivencia también han aumentado sustancialmente gracias a técnicas de diagnóstico y tratamientos más eficientes.

 

A los tiburones no les da cáncer

Este “supuesto hecho” se ha fijado con tal determinación en la conciencia pública que sólamente una lobotomía cultural podría borrarlo. La aparente inmunidad de los tiburones al cáncer ha llevado a que sean masacrados para recolectar su supuestamente curativo cartílago, lo cual es malo para los tiburones y no beneficia a los humanos.

A los tiburones sí les da cáncer – de hecho, a casi todos los organismos multicelulares les da, desde los perros hasta los elefantes.

El mito de que “a los tiburones no les da cáncer” fue popularizado en un libro con ese nombre del Dr. William Lane, escrito en 1992. Se estima que la población de tiburones norteamericanos ha disminuido 80% en la década pasada, con más de 200,000 tiburones cazados cada mes para crear una píldora que no funciona. Al lector escéptico no le resultará sorpresivo saber que el Dr. Lane tiene intereses económicos relacionados con la pesca de tiburones y la producción de píldoras de cartílago.

 

El cáncer es una enfermedad moderna

Los doctores egipcios ya registraban casos de cáncer de mama en algún momento entre los años 1500 y 3000 A.C. Para el año 400 A.C., el médico griego Hipócrates (el mismo del juramento) había distinguido entre tumores benignos y malignos. (Como dato curioso, los científicos griegos de esta época llamaron a esta enfermedad “cáncer” porque pensaban que ciertos grupos de tumores se veían como patas de cangrejo. Si esto te parece una comparación algo rara, ten en cuenta que los médicos griegos no estaban familiarizados con la técnica de la disección y por lo tanto sólo podían observar tumores protuberantes.)

La realidad es que el cáncer es en realidad un mal muy antiguo y probablemente ha estado presente desde el surgimiento de la humanidad y aún antes, en las especies de primates de las que descendemos.

 

La radioterapia y la quimioterapia son venenosas

En cierto sentido, sí – y es la idea. Tanto la radioterapia como la quimioterapia dañan el ADN. Las células de los tumores son mutantes, y aunque crecen y se dividen mucho más de lo que deberían, son mucho más sensibles al daño causado por estos agentes y son mucho menos propensas a ser reparadas correctamente en comparación con el tejido sano que las rodea. Como consecuencia, una dosis bien planeada de radioterapia es concentrada en áreas donde se han encontrado tumores, eliminando preferentemente a las células cancerosas y afectando lo menos posibles a los tejidos y órganos sanos.

La quimioterapia ataca a las células que se dividen rápidamente, precisamente como las células cancerosas. Esto también puede afectar a células no tumorales que se dividen rápidamente, como las de la médula ósea y los folículos pilosos.

El objetivo de ambas terapias es matar a las células tumorales sin dañar (idealmente) a las células sanas. Son terapias efectivas y por ello que tienen efectos secundarios. La cantaleta del “veneno” es a menudo utilizada por promotores de tratamientos alternativos sin efectos secundarios, los cuales convenientemente ignoran el hecho de que un tratamiento para el cáncer sin efectos secundarios, probablemente no esté matando a ninguna célula cancerosa.

 

Ya hay una cura, pero las grandes compañías farmacéuticas la están ocultando

La aseveración de que hay una cura para el cáncer “reprimida” es, tristemente, bastante común. Existen algunos documentales que pretenden investigar curas alternas para el cáncer, desde aceites curativos hasta la homeopatía, todos supuestamente reprimidos por la “industria del cáncer” para proteger su fuente de ingresos.

El cáncer es causado por la división descontrolada de células mutantes, que pueden invadir tejidos adyacentes o viajar por el cuerpo en un proceso llamado metástasis. Precisamente porque el cáncer puede surgir de prácticamente cualquier tipo de mutación en cualquier tipo de célula, hay un gran número de tipos de cáncer – algunos responden bien a la cirugía, otros a radioterapia, y otros a quimioterapia. Algunos tumores están muy avanzados para ser curados, pero pueden realizarse tratamientos paliativos con estas intervenciones.

La prognosis y las tasas de supervivencia para diferentes tipos de cáncer varían enormemente – los que crecen lento, son diagnosticados rápidamente y son de acceso fácil tienden a tener una prognosis buena. Normalmente el cáncer de piel no melanocítico y el cáncer de mama, por ejemplo, tienen relativamente buenas prognosis. Otros tumores crecen rápidamente o se presentan con síntomas clínicos solo cuando ya están muy avanzados, lo cual los hace más difíciles de tratar.

Lo que complica más las cosas es que debemos considerar que cada cáncer es único para cada paciente, ya que surge de mutaciones en sus propias células. Por lo tanto, la idea de que existe una única arma mágica para tratar a todas estas formas con causas, patologías y respuestas diferentes es extremadamente exagerada y debe ser tratada con escepticismo.

También existen las teorías de conspiración, como esta joya proveniente del infame bastión de información errónea que es ‘Natural News’:

“…la industria global del cáncer se estima en 200 mil millones de dólares al año. Hay muchos en varias posiciones asociadas a esta industria que no tendrían un trabajo si su fuente de ingresos se terminara de golpe con las noticias de que hay remedios más baratos, más eficaces y menos dañinos. Las grandes compañías farmacéuticas virtualmente desaparecían.”

Esta aseveración no pasa ni siquiera una primera examinación de cortesía. Si las grandes empresas farmacéuticas realmente tuvieran  una cura para el cáncer, entonces seguramente sus altos ejecutivos e investigadores nunca morirían de esta enfermedad. Además, un secreto como este sería imposible de mantener por mucho tiempo, sin importar la falta de escrúpulos de las compañías involucradas.

Pero el tiro de gracia para este argumento es algo tan obvio como un elefante adornado con luces destellantes bailando en el centro de una habitación: si existiera una cura efectiva para el cáncer, ¡¿Por qué rayos una compañía farmacéutica NO la vendería?!

 

El cáncer puede ser curado por X

El catálogo de supuestas curas para el cáncer es alarmantemente amplio, pero que el producto sea “natural” y fácil de obtener es una característica típica – por ejemplo, semillas de albaricoque, la guanábana, los muérdagos y hasta el bicarbonato de sodio han sido aclamados como “curas” a pesar de haber muy poca o ninguna evidencia clínica.

Combinaciones exóticas de todo tipo, desde hierbas hasta vitaminas, son vendidas y promovidas como curas potenciales, pero simplemente no hay evidencia de que funcionen. La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) mantiene una lista de tratamientos falsos contra el cáncer en un intento por combatir la información errónea.

Otros insisten en que los imanes pueden curar el cáncer, pero los estudios hechos a esta supuesta “terapia magnética” han demostrado que tales campos estáticos son biológicamente inertes y al final es sólo pensar ilusamente. También se ha dicho que la homeopatía puede curar el cáncer, lo cual por supuesto no tiene ningún sentido porque se ha demostrado que ésta no es mejor que el placebo y que tendría que desafiar las leyes de la física y la química para ser efectiva.

Aunque es posible que estas personas tengan buenas intenciones pero estén mal informadas, hay más establecimientos más dudosos como la clínica Burzynski, la cual asegura haber descubierto una nueva forma de tratamiento para el cáncer llamada antineoplastones. Sin embargo, desde su fundación en 1976, esta clínica no ha generado ninguna evidencia revisada por expertos de que su método realmente funciona, y cobra cifras colosales a los pacientes para permitirles participar en los ensayos clínicos, lo cual es una práctica éticamente cuestionable. Los críticos de la clínica han sido amenazados con ser llevados a juicio.

Stanislaw Burzynski, su fundador, ha sido demandado de fraude por sus pacientes. A pesar de esto, es constantemente presentado como un héroe reprimido por las grandes empresas farmacéuticas, encajando completamente con las falaces teorías de conspiración e ignorando el hecho de que estas organizaciones cobran altas sumas de dinero a personas enfermas sin ofrecerles ningún tratamiento aprobado.

El gran Patrick Swayze, quien murió de cáncer de páncreas en 2009, dijo: “Si alguien tuviera esa cura allá afuera como tantas personas me juran que la tienen, esa persona sería dos cosas: sería muy rica, y sería muy famosa.(…)”.

El cáncer puede aterrorizarnos, pero no debemos olvidar que las opciones de tratamiento y sus resultados nunca han sido mejores, y continúan mejorando. Como demuestra acertadamente el caso de Neon Roberts, la información errónea puede causar problemas serios y potencialmente catastróficos. Es normal que tengamos preocupaciones y preguntas, pero una plática con nuestro médico, enfermera o asesor de salud puede esclarecer nuestras dudas y calmar nuestros miedos.

Aunque el internet es potencialmente una fuente fantástica de información (La página de Cancer Research UK tiene algunas explicaciones muy útiles para pacientes), tenemos que tener mucho cuidado de evitar tomar información espuria como real. Siempre que nos encontremos con promesas de curas milagrosas, debemos tener en mente aquella frase célebre de Carl Sagan: “Afirmaciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria”.

 

 

Acerca del autor

David Robert Grimes es físico e investigador en la Universidad de Oxford y escribe para el Irish Times. Su cuenta de twitter es @drg1985 y mantiene un blog  en Three men make a tiger.

El factor de impacto, DORA y quienes hacemos ciencia

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Por lo general, un grupo de laboratorios con temas en común nos reunimos una hora a la semana para que alguien exponga los avances de su investigación y los demás hagamos preguntas o sugiramos análisis. Hace poco cambiamos la rutina: nadie presentó su trabajo. Nos sentamos a hablar acerca del factor de impacto de las revistas científicas en donde se publica la ciencia y la fuerte crítica que recientemente se ha hecho de esto.

El factor de impacto de las revistas científicas (JIF por su siglas en inglés) es un indicador que cuantifica el promedio de citas académicas realizadas a cada uno de los artículos de una revista científica durante los últimos años. Su propósito original, cuando en 1953 lo propuso un bibliotecólogo, era ayudar a las bibliotecas a escoger a qué revistas científicas suscribirse. Sin embargo, su uso derivó en que hoy se utiliza para comparar el desempeño académico de personas e instituciones. Así, la suma de cuántos artículos y el factor de impacto de las revistas en donde éstos se publicaron, puede ser el elemento principal al examinar un CV y decidir si contratar a una persona u otra, o para resolver si asignar más o menos presupuesto a tal o cual Facultad dentro de una Universidad.

Pareciera que utilizar el factor de impacto sería una salida pragmática y hasta cierto punto objetiva para evaluar el desempeño de investigadores e instituciones. Sin embargo, en el último par de años diversos miembros de la comunidad científica han señalado varios problemas y consecuencias negativas de utilizar el factor de impacto para tal efecto. El descontento derivó en la formación de la Declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación (DORA, por sus siglas en inglés) en diciembre del 2012. La declaración fue firmada originalmente por 155 académicos y 82 instituciones y editoriales de revistas científicas. Entre éstas se incluyen The American Association for the Advancement of Science (la editorial de Science), Proceedings of The National Academy Of Sciences entre otras. Al 27 de octubre del 2013 la lista de firmantes incluía 9,596 individuos y 409 instituciones.

De acuerdo con la DORA y diversos estudios (ver referencias al final), el factor de impacto no es una buena medida del desempeño científico, entre otras cosas, porque:

(A) Existen graves sesgos en cómo se distribuyen las citas bibliográficas dentro de las revistas científicas [1-3];

(B) El factor de impacto depende del campo de estudio.  Varía de acuerdo con el tamaño de la comunidad científica enfocada en un campo en particular, con la velocidad con la cual es posible publicar artículos de investigación en ese campo, con cuántos artículos tipo revisión se publican y con otros factores que varían dependiendo de la disciplina de estudio [1, 4];

(C) El factor de impacto puede ser manipulado por las políticas de publicación de las revistas [5] (por ejemplo dando preferencia a la publicación de revisiones en temas populares, pues esto genera citas más rapidamente);

(D) Los datos (es decir la relación de citas) y el método exacto con los cuales cada revista calcula su factor de impacto no son transparentes ni están disponibles al público [4,6,7].

Las consecuencias que esto puede tener para la ciencia no son evidentes, pero sí pueden ser importantes. Por ejemplo, Bruce Alberts, el editor en jefe de la revista Science comentó que el mal uso del factor de impacto está llevando a que los y las científicas se enfoquen en “la ciencia del yo también”, es decir, en realizar investigación en campos donde ya hay mucha gente trabajando, y por ende realizando citas, en vez de proponer ideas arriesgadas pero potencialmente innovadoras sólo porque para desarrollar este tipo de proyectos se requiere de un tiempo largo sin poder generar resultados que publicar. Otro problema es que las propias revistas pueden sesgar lo que eligen publicar hacia campos que generan más citas (como es la tendencia en la investigación biomédica), en vez de a otros campos que también generan resultados importantes, por ejemplo, las ciencias sociales y la ecología [8].

Lo que la DORA propone para evitar el problema que el mal uso del factor de impacto puede causar son 18 recomendaciones dirigidas a investigadores, instituciones, agencias de financiamiento, organizaciones que realizan las mediciones y editoriales científicas. En resumen, las sugerencias son:

 a) eliminar el uso de métricas basadas en el factor de impacto de una revista como método para decidir a quién brindar financiamiento y promociones;

 b) evaluar la investigación por sus méritos propios, en vez basarse en el prestigio de la revista en donde se publicó;

 c) Aprovechar las ventajas que ofrece la publicación en línea (como relajar el límite de palabras y referencias); y

 d) explorar indicadores de impacto alternativos

La versión completa de las 18 recomendaciones se encuentra en la página de DORA y merece una lectura.

Me parece que independientemente de si se está de acuerdo o no con todos los puntos de la declaración, el factor de impacto y la forma en la que se evalúa la ciencia amerita discutirse por la comunidad editorial científica y por quienes hacemos ciencia. De hecho, mi objetivo al escribir esto es invitar a quienes forman parte de un grupo de investigación a que discutan este tema con sus colegas.

Nosotros lo discutimos en un bloque libre en nuestro calendario de seminarios, y obtuvimos como resultado una gama de opiniones bastante diversa e interesante. Para facilitar la discusión nosotros comenzamos por resumir en una presentación de 25 minutos el artículo que LabTimes publicó al respecto; las recomendaciones de la DORA; los indicadores alternativos como el índice-H, Altmetric e ImpactStory; este artículo que compara el factor de impacto, la revisión post-publicación y el número de citas; y las columnas, editoriales y especiales que se publicaron en Science, Genetics y Nature. Vale la pena organizar que 3 o 4 voluntarios o voluntarias preparen la presentación, de esta manera el resto de la comunidad puede unirse a la discusión incluso si no tuvo tiempo de leer todo el material.

¿La ciencia se evaluará de forma distinta en un futuro cercano? ¿Qué implicaciones tendrá la manera en que la ciencia se fomenta y evalúa en cada país? La historia dirá (‘y probablemente mienta’, hubiera dicho el biólogo evolutivo Godfrey Hewitt en una de sus frases célebres al tocar temas políticos). Pero por lo pronto, me parece que las instituciones y la comunidad científica de México debemos unirnos a la discusión y reflexión internacional sobre el tema.

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Referencias

  1. Adler, R., Ewing, J., and Taylor, P. (2008) Citation statistics. A report from the International Mathematical Union. www.mathunion.org/publications/report/citationstatistics0
  2. Seglen, P.O. (1997) Why the impact factor of journals should not be used for evaluating research. BMJ 314, 498–502.
  3. Editorial (2005). Not so deep impact. Nature 435, 1003–1004.
  4. Vanclay, J.K. (2012) Impact Factor: Outdated artefact or stepping-stone to journal certification. Scientometrics 92, 211–238.
  5. The PLoS Medicine Editors (2006). The impact factor game. PLoS Med 3(6): e291 doi:10.1371/journal.pmed.0030291.
  6. Rossner, M., Van Epps, H., Hill, E. (2007). Show me the data. J. Cell Biol. 179, 1091–1092.
  7. Rossner, M., Van Epps H., and Hill E. (2008). Irreproducible results: A response to Thomson Scientific. J. Cell Biol. 180, 254–255.
  8. Alberts, B. (2013). Impact Factor Distortions. Science 340, 787–787.

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Acerca del autor

Alicia Mastretta Yanes es Bióloga egresada de la UNAM y actualmente cursa su doctorado en la University of East Anglia, Inglaterra. Su proyecto explora la relación entre las características físicas del paisaje y la distribución de la diversidad genética en plantas de alta montaña de México. Tuitea como @AliciaMstt

¡Más Ciencia por México te está buscando!

A principio de este año, se anunció que el presupuesto para Ciencia y Tecnología en México aumentaría un 18% con respecto al 2012. Se espera que, al final del período de la administración actual, se destine al menos el 1% del PIB de nuestro país al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Esto suena prometedor, a pesar de que la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) le recomienda a México asignar el 2.3% del PIB a esta área para lograr alcanzar el nivel de otros de los países miembros de dicha organización.

¿Te parece mucho un aumento del 18%?  En México, hasta finales del 2012 sólo se destinaba el 0.37% del PIB a ciencia y tecnología. Países que se encuentran más o menos al mismo nivel de desarrollo científico y económico que el nuestro, como Brasil y la India, designan el 1.07 y 0.8% del PIB, respectivamente, a estas áreas. No es casualidad que India y Brasil hayan disparado su crecimiento económico y sean ahora países mucho más competitivos en todos los aspectos, no sólo en ciencia y tecnología.

El crecimiento de estos países sucede a partir del momento en que incrementaron considerablemente su inversión en Ciencia, Tecnología e Innovación y su apoyo a la educación en áreas clave como lo son Ciencia, Tecnología, Ingenierías y Matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés).

México se está rezagando. Necesitamos alcanzar un nivel competitivo en las áreas clave previamente mencionadas para mejorar las condiciones del país, no sólo a nivel de investigación y desarrollo científico, sino también a nivel económico y social.

Requerimos urgentemente de recursos financieros para lograrlo, sí, pero también necesitamos recursos humanos. Las personas que tienen inclinación hacia las ciencias o hacia la divulgación y educación en áreas científicas y tecnológicas pueden ayudar mucho haciendo precisamente eso: investigación, divulgación y educación científica en nuestro país.

¿Compartes nuestras inquietudes ?

¿Quisieras colaborar activamente con nuestra organización o bien, no tienes tiempo de involucrarte directamente pero simpatizas con nuestros objetivos?

Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es sí, consulta nuestra Convocatoria a membresías 2013.

No importa en qué lugar del mundo vivas. Si compartes nuestros objetivos e intereses, eres bienvenido a formar parte del proyecto. En noviembre del año pasado, algunos de nuestros miembros viviendo en Europa asistieron a una reunión de Más Ciencia por México en Ginebra.

¡Te invitamos a formar parte de Más Ciencia por México!

De los volcanes al laboratorio de biología molecular

Escribo mientras pienso en la ciudad de Puebla. Pienso en la ciudad de Puebla y no entiendo por qué es que a pesar de tener al Popocatépetl, la Iztaccíhuatl, el Citlaltépetl y la Malinche por paisaje, su nombre fluctúa entre de los Ángeles y de Zaragoza y no es, en su lugar, de los Volcanes. Creo que ya somos varias las generaciones que esperamos ese cambio de nombre.

La madrugada de un 31 de diciembre comencé a subir la Malinche con T y F, las dos personas que logré convencer unas escasas horas antes. He caminado esa montaña muchas veces, pero si traigo a cuento ese último día del 2009 es, primero, porque nos regaló un espectáculo que es un placer evocar: el amanecer púrpura pálido en el oriente, acompañado de una luna naranja de invierno ocultándose en el poniente. Y segundo, porque entre cuatro días antes y cuatro días después de esa mañana, fue que se definió el que el tema de mi tesis de doctorado esté relacionado con estas montañas.

Mis acompañantes de caminata, incautos, escuchaban entre la curiosidad y el hartazgo todas mis explicaciones, entre otras, el porqué el que nuestros pasos estuvieran por dejar el bosque de pinos para adentrarse en el pastizal de alta montaña tenía que ver con un principio muy básico: que la temperatura disminuye con la altitud y que diferentes especies están adaptadas a diferentes temperaturas. Escucharon también, con esa paciencia infinita que a veces se nos tiene a los biólogos, cuando les dije que durante los períodos glaciales del Pleistoceno, como el que tuvo su máximo glacial hace 21 mil años, las condiciones eran en promedio más frías, y que, por consiguiente, las especies que veíamos crecer hoy (un cálido interglacial) en la cima misma de la Malinche podrían antes haber crecido a una menor elevación. Así, estando ahí arriba donde estábamos, viendo al Izta y al Popo emerger entre la neblina como islas en el cielo, había que imaginar un valle de Puebla, un valle de Atlixco y una cuenca de México distintos, mucho más fríos y habitados por especies diferentes que o bien se extinguieron o migraron a la parte alta de las montañas. Y que es por eso que especies como el junípero (Juniperus montícola, un abusto, pariente de los pinos y los cipreses, o en otras palabras: una especie de conífera) que veíamos en ciertas formaciones rocosas a unos 4,000 metros de altura sobre el nivel del mar, tiene una distribución fragmentada, con poblaciones restringidas a la parte alta de montañas aisladas entre sí.

No sé si les dije algo más. Recuerdo a F bajar corriendo los arenales y a T comentar alguna memoria de tiempo atrás, pero no el resto de la conversación. Lo que sí recuerdo, como ya había dicho, es que por esas fechas fue que se definió que mi doctorado sería en un proyecto de filogeografía comparada. Me había comenzado a escribir con mi actual asesor hace unas semanas y  para mi dicha había la posibilidad de hacer un proyecto con especies mexicanas y sobre un tema que no sé como no le quita el sueño a todos: el efecto de la topografía en la distribución de la diversidad genética de las especies.

No se me había ocurrido aún —a pesar de ser tan obvio— que Juniperus montícola y otras plantas de alta montaña que investigo representarían mejores sistemas de estudio que especies de menores elevaciones con las que había considerado trabajar en un principio. Pero de algo sí estaba segura: quería saber más de la historia de los bosques mexicanos, de ese vínculo entre el endemismo, la historia del clima en la Tierra y el aislamiento geográfico ocasionado por la forma del relieve. Estudiar estos procesos a un nivel infraespecífico (es decir entre las poblaciones de una especie) como un acercamiento microevolutivo para entender más la enorme diversidad biológica de nuestras montañas. Quería manejar por enésima y no última vez la México-Puebla y poder recordar con detalle la edad y los procesos geológicos con los cuales se crearon el Tlaloc, la Izta y el Popo. Quería saber si la biota de altura que crece en el Nevado de Colima, allá lejos del resto de las grandes elevaciones del centro de México, había permanecido aislada desde hace varios períodos glaciales-interglaciales o si las poblaciones habían podido extenderse lo suficiente como para que ocurriera flujo génico. De hecho, no me quedaba claro si siquiera entre la Malinche y el Popo había habido una conexión, si el pastizal alpino había podido bajar tanto, tal vez las poblaciones habían estado aisladas desde un par de millones de años, en vez de veinte mil. O por el contrario quizá a la fecha había flujo génico (semillas o polen voladores) aunque la distancia nos parezca tanta. En fin, quería subir la Malinche y poderle decir a T, a F y cualquiera que quisiera escuchar, que ya sabíamos más de la evolución de la flora de estas montañas, que entendíamos el papel de la topografía de la Faja Volcánica Transmexicana en la distribución de sus endemismos, que esto nos había ayudado a planear la conservación considerando no sólo las especies que existen, sino los procesos evolutivos detrás de su formación.

Estoy empezando el tercer año de dedicarme mal que bien a llenar esos quereres. Siento que apenas araño la superficie de la roca. Todavía no sé la mitad de lo que debería. El conocimiento a veces se siente tan abarcable como puede serlo el infinito. Cuando empiezo a leer sobre un tema para responder una pregunta en concreto caigo en un fractal, hermoso, sí, pero que se traga no sé cómo el tiempo y me aleja de los otros tantos detalles que también esperan atención. Si eso es leyendo, pueden imaginar lo que es montar un experimento con herramientas y métodos cuyos pormenores hay que entender.

No busco quejarme, la verdad es que he aprendido mucho: desde la historia geológica de nuestras montañas hasta hacer modelos de distribución de nicho pasando por técnicas de biología molecular. Hoy traigo el entusiasmo alto porque estoy empezando el laboratorio de un método relativamente nuevo. Los modelos que quiero poner a prueba requieren de más variación genética de la que puedo obtener secuenciando pedacito por pedacito de ADN de cloropasto. Ahora vamos a utilizar un tipo de secuenciación de nueva generación que utiliza unos marcadores moleculares llamados “ADN Asociado a un sitio de Restricción” (RAD, por sus siglas en inglés). En realidad la idea se basa en los mismos principios biológicos sobre cómo se duplica el ADN dentro de las células y utiliza técnicas similares que la secuenciación Sanger que son el pan de cada día en los laboratorios de biología molecular. A grandísimos rasgos, el método RAD consiste en primero digerir el genoma con una (o dos) enzimas de restricción, es decir unas proteínas que cortan el ADN, de modo que lo que era un genoma completo queda reducido a millones de fragmentos pequeños. Luego se amplifica (se copia millones de veces) cada fragmento y se secuencia un subconjunto de ellos. La ventaja es que no hay que secuenciar cada fragmento de forma individual, sino que se pueden hacer muchísimos y provenientes de varios individuos al mismo tiempo. Hay dos trucos: primero, a cada fragmento se le pegó un adaptador y un barcode (algo así como un código de barras) que lo identifica. Y segundo: todas las muestras se corren en paralelo, en un sistema llamado Illumina. Por lo pronto con explicar ese detalle basta. La gran ventaja de este método, si logro hacerlo funcionar con mis muestras (oh, por favor), es que nos permitirá tener miles (en vez de unos pares) de secuencias a lo largo de todo el genoma (en vez de sólo del cloroplasto) de mis especies.

Estoy de visita en otra universidad para realizar el laboratorio de este método. Me pidieron que diera una presentación sobre mi proyecto, para que el resto de la gente del departamento sepa con qué trabajo y podamos discutirlo. Hace unos días expuse frente a un público que hizo preguntas difíciles (lo cual, claro, es muy útil) y al que le gustó el sistema de Sky Islands (islas en el cielo) que son los volcanes mexicanos. Y fue ahí, en medio de mi presentación, mientras señalaba una línea en el mapa entre la Malinche y la Iztaccíhuatl, que empecé a pensar en la ciudad de Puebla y en la cadena de motivos y eventos que me habían llevado ahí.

A veces siento lejanos los volcanes mexicanos, no sólo porque nos separa el mentado Atlántico, sino porque los meses de laboratorio pueden ser arduos. Yo, contrario a lo que parece últimamente, no soy una genómica o una bióloga molecular. Me gustan estas disciplinas, sí, las encuentro muy interesantes, pero para mí son una herramienta. Las preguntas que quiero responder, que me quitaban los ojos del volante en esa curva de la carretera donde la Iztaccihuatl se ve majestuosa, son otras. Están relacionadas con entender la distribución espacial y temporal de la biodiversidad. Este tema a la fecha es el foco de mucha investigación en evolución y ecología, y contiene aspectos que insisto querer encajar dentro del complejo marco de la conservación en México. Así, la ciencia de unos es la herramienta para la ciencia de otros. —Es interesante ver lo que la gente hace con esto, no tenía idea —escuché que decía un bioinformático en una miniconferencia donde otras personas presentaron cómo han aplicado los RADs a cuestiones evolutivas. —Sí que lo es —pienso ahora en voz alta, con la emoción de pronto tener mis propios datos y poder empezar, quizás, a responder mis preguntas.

Amaneció, me voy al lab.

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Acerca del autor

Alicia Mastretta Yanes es Bióloga egresada de la UNAM y actualmente cursa su doctorado en la University of East Anglia, Inglaterra. Su proyecto de doctorado explora la relación entre las características físicas del paisaje y la distribución de la diversidad genética en plantas de alta montaña de México.

El reto cero

La conversación seguía el formato de costumbre. ¿Cómo te llamas, de dónde eres, en qué universidad estás haciendo tu doctorado? ¿De qué se trata tu proyecto? Luego una responde a lo mismo. Cómo me llamo, de dónde soy, en qué universidad estoy haciendo mi doctorado. De qué se trata mi proyecto.

Éramos un grupo de estudiantes de doctorado congregados para tomar un curso. Hace tiempo que me resigné al formato. Así empezaban, como sacadas de un ejercicio para aprender inglés, las conversaciones para romper el hielo. Pero alguien soltó al aire una pregunta que hoy, casi un mes después, me sigue invitando a divagar: ¿qué tanto de tu proyecto de investigación podrías hacer desde cero?

¿Qué tanta de tu ciencia podrías hacer desde cero?

Es decir, imaginen que por el motivo fantasioso de su preferencia de repente están en un planeta Tierra con todas las mismas condiciones ambientales, la misma historia física y biológica con la excepción de que no hay rastro alguno, ni siquiera ruinas de ningún tipo, de nuestra especie ni de ninguna otra civilización. Imaginen que el reto no es hacerse de comida y refugio para sobrevivir, sino tener que reproducir lo que sea que estén haciendo en sus proyectos de final de semestre, o tesis de licenciatura, maestría o doctorado, pero… desde cero: sólo con la información presente en este instante en sus memorias. No hay ni bibliotecas, ni libros, ni apuntes de la universidad, ni de la prepa, ni computadoras, ni Wikipedia, ni servidores, ni journals, ni manuales, ni papel, ni lápiz, ni equipo de laboratorio, ni edificios, ni herramientas, ni equipo. Cero. La única concesión que doy es que podría haber otras manos (mas no mentes) dispuestas a ayudar y tiempo, bastante tiempo.

Bajo esta situación hipotética, ¿qué tanta de nuestra investigación, de nuestra ciencia podríamos hacer? ¿Qué no? ¿De qué tienen una vaga idea como para poderlo reinventar? Los invito a responder en los comentarios del blog o de facebook. No tienen que ser tan extensos como el ejemplo de abajo, un comentario corto basta. O no comenten, pero hagan, sí hagan el reto cero. Prometo que divierte imaginarse en esa soledad.

Ejemplo de mi caso. Para empezar, ignorancia la mía: la verdad es que no sé cómo hacer una computadora. Punto, pierdo ahí. En el campo me defiendo: sabría llegar a mis montañas (si me ponen en el continente correcto y me dan una vida larga, ja) y sobrevivir en el campo (tal vez). Sin un vehículo, y dado que no habría caminos, sería una expedición que me tomaría años, como esos primeros viajes botánicos que no me tocó vivir. Podría identificar a mis especies y recuerdo suficiente de su sistemática como para reescribir las claves de identificación y buena parte de su filogenia. La teoría de lo que hago la tengo bastante clara, y podría reescribir, con terribles faltas pero con decencia, mucho sobre evolución, filogeografía y genética de poblaciones, pero no podría reproducir los algoritmos de la mayoría de los programas de cómputo que ocupo. Iba a comentar ahora sobre el papel, creo que conozco el proceso para fabricarlo, pero no sé si lograría fabricar las herramientas. Mejor vamos al laboratorio para enfocar esto más en el lado de los métodos moleculares de mi proyecto.

El primer paso de lo que yo hago implica una extracción de ADN. Para ello se necesitan básicamente dos sustancias: detergente y alcohol. Ja, ¡sé hacer jabón! necesito grasa e hidróxido de sodio. El método para hacer NaOH que viene a mi memoria es una electrólisis de agua con NaCl… mmmm no es tan trivial eso de hacer un electrodo. Creo recordar el principio básico para producir electricidad… pero necesito un cable de cobre y un imán… de nuevo nada trivial de conseguir, mi metalurgia es bastante limitada. Pero bueno, creo que también hay NaOH en las cenizas de ciertas plantas, en particular de junípero (coincidencia, una de mis especies de estudio es un junípero). ¿Y el alcohol? Bueno, es cuestión de poner algo a fermentar, eso sí podría hacerlo.

Sí, ya sé que estoy lejos de los niveles de pureza que se requieren, y que una extracción casera de ADN no sirve para lo que estoy haciendo, pero vamos a seguir el juego. Correr un gel: es decir hacer una electroforesis. De nuevo el maldito electrodo, bueno vamos al gel en sí. La agarosa viene de cierto tipo de algas… uy, espero que no vivan sólo en las costas de Japón y que otras algas marinas sirvan. Bromuro de etidio, necesito bromuro de etidio. Ah, triste mi química orgánica: sé que el EtBr es un compuesto aromático, sé porqué brilla naranja bajo la luz ultravioleta (no sé cómo producir luz ultravioleta, por cierto), sé porqué es mutágeno y cómo se intercala con las moléculas de ADN, pero admito, no recuerdo con qué reacción producirlo.

Pienso ahora en un PCR. Sé muy bien la teoría de lo que está pasando a nivel molecular, soy buena explicándolo. Puedo recordar perfecto los pasos e ingredientes en el laboratorio. Podría obtener cloruro de magnesio evaporando agua de mar… quizá. La polimerasa sería un gran reto, habría que perfeccionar primero mucha microbiología. Y luego los primers, la verdad es que no me acuerdo cómo hacer primers. Y a todo esto, no he mencionado el plástico y el vidrio que son fundamentales en el laboratorio. No sé cómo hacer plástico (ni extraer petróleo para empezar) y del vidrio sólo me acompaña la romántica idea de que la arena de mar tiene sílice y que necesitaría construir un horno de altas temperaturas.

Voy a detenerme aquí. Una extracción de ADN y un PCR son parte del soporte más elemental de mi trabajo de laboratorio. Ya no llegué a lo que necesitaría para lograr hacer la secuenciación y eso que ni siquiera me detuve a describir lo difícil que sería construir equipo básico, como un refrigerador. Creo que el punto quedó claro: yo y mi ignorancia no podríamos hacer la más básica de mis rutinas si tuviera que empezar de cero. Me tomaría años siquiera acercarme.

No soy una bióloga molecular, ni una química, ni una física, ni una ingeniera. No puedo serlo todo. Estoy haciendo un doctorado en biología evolutiva para entender un poco más los procesos detrás de la diversificación de la biodiversidad en las montañas mexicanas. Mi trabajo recae en mucho de lo que se ha hecho ya. Dependo de poder buscar información para resolver problemas o para seguir un método, de utilizar reactivos y equipos que otros hicieron. Necesito poder entender cómo funcionan, pero no hacerlo todo desde cero ni memorizar cada detalle de cada método.

¿Qué es el conocimiento? ¿Dónde está? Válida la reflexión filosófica. Pero también la práctica. El recuerdo repentino de porqué la educación nos es tan importante, de porqué uno de los grandes pilares de nuestra especie es el que podemos almacenar y transmitir información. Cuán vano sería el reinventar la ciencia cada nueva generación.

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Acerca del autor

Alicia Mastretta Yanes es Bióloga egresada de la UNAM y actualmente cursa su doctorado en la University of East Anglia, Inglaterra. Su proyecto de doctorado explora la relación entre las características físicas del paisaje y la distribución de la diversidad genética en plantas de alta montaña de México.

Evolution 2012: Que la ciencia funcione

Empecé a escribir esto en Ottawa, Canadá, ahora estoy en mi casa después de varias horas de viaje. Hace unos días eran las últimas horas de Evolution 2012, el congreso sobre evolución que por primera vez conjuntó a las sociedades del estudio de la evolución de Estados Unidos (SSE), Canadá (CSEE) y europea (ESEB). Dos mil quinientos participantes registrados, dos mil quinientas cabezas cuya profesión es estudiar la evolución. Dos mil quinientos científicos que se formaron como biólogos, bioquímicos, matemáticos o computólogos. Dos mil quinientas personas cambiando de salas cada quince minutos, buscando en sus celulares o en sus libretas a cuál plática entrar después. Gente que expuso su trabajo de años en diez diapositivas, estudiantes que discutimos los siguientes pasos de nuestro doctorado de espaldas a un poster con gráficos y letras que resumen nuestros resultados. Foros de discusión. Mucho café.

Trato de sentarme a escribir con la disciplina que se debe. Quiero hacer un recuento de experiencias, pasar en limpio los apuntes, dejar en claro la lista de artículos que tengo que leer y los métodos en los que quiero profundizar, organizar las ideas que discutí con otros estudiantes e investigadores, organizar en mis favoritos los links a diferentes proyectos que me interesaron.  Recapitular antes de que todo quede en el conocido olvido de la memoria. Y entonces, como buena procastinadora que soy, decidí escribir esta entrada de blog.

Los biólogos, como el resto de los científicos, tenemos congresos. Reuniones convocadas por la sociedad de estudio de tal o cual campo. Ustedes ya lo saben, yo no lo sabía cuando empecé a estudiar biología. O cuándo menos no tuve claro de qué se trataban hasta que fuí a uno por primera vez. El de Congreso Mexicano de Botánica en Zacatecas, años atrás. Lo comento porque para mí los congresos han sido parte crucial de mi formación. Sé que tal es el caso de tantos otros. Los motivos sobran: una va y se sienta a escuchar un bombardeo de ideas, vistazos a métodos y resultados que aún no se han publicado; una expone su trabajo y otros escuchan y preguntan; y así estudiantes e investigadores quedan inmersos en una atmósfera de retroalimentación que en lo personal considero muy productiva.

Pero eso sobra decirlo, de eso se trata. Si en verdad o no valen el gasto y el viaje, si las cosas van a dirigirse a teleconferencias, si el tamaño importa y si son un reflejo de la geografía de dónde se hace la ciencia son temas más serios que discutiré en otra ocasión. En realidad en esta entrada quiero recapitular un par de sucesos que me gustaron por el puro gusto de contarle al mundo la profesión tan bonita que tenemos y el gozo que es asistir a un congreso.

Empecemos por la diversidad de temas. En una sola mañana y de forma simultánea había pláticas sobre adaptación y genética evolutiva, genética ecológica, comportamiento, filogenética, sistemas de apareamiento y selección sexual, interacción interespecífica y coevolución, por citar unas cuentas. En general una escoge la sala con los temas cercanos a el campo de estudio propio, pero es difícil resistir la curiosidad de entrar, de vez en cuando, a una plática fuera de los estrictos límites de la especialización. Así, por ejemplo, un día había tenido suficiente de genómica y aplicaciones de secuenciación de siguiente generación y decidí entrar a un simposio sobre simbiosis, en particular sobre parásitos que manipulan a su hospedero. Descubrí con asombro la existencia de los gordian worms (o horsehair worms), un nematomórfo (i.e. un tipo de gusano) maravilloso que parasita insectos: por ejemplo crece dentro de un grillo y cuando ha alcanzado la madurez… créanlo o no lo hace cometer un acto suicida: brincar a un cuerpo de agua (lago, río o hasta alberca), donde entonces el gusano parásito puede emerger y continuar con su ciclo de vida en el agua. Aquí un video:

 

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De la voz de David Hughes, el orador en cuestión, aprendí que este tipo de interacciones son viejas, existen fósiles que nos hacen pensar que los nematomórfos llevan por lo menos 44 millones de años con tan espectacular forma de parasitismo. De ahí la exposición derivó a un breve recuento de la historia del estudio de estos bichos, con la conclusión de cómo pasó de un sistema anecdótico a métodos ecológicos y genéticos con los que ahora se trata de profundizar en la evolución de estos organismos. La plática era, en realidad, una introducción al resto de las sesiones del simposio, a las cuáles no asistí porque en una sala paralela se comenzó a hablar de cómo poner a prueba modelos demográficos y filogeográficos, esas cosas que yo hago, pues. En fin, entiéndase que había de todo y que más allá de oír en qué va la última investigación del tema propio, los congresos me recuerdan también que la biología sigue creciendo como micelio en la bastedad de direcciones que el mundo natural y sus fenómenos nos pone enfrente. En lo personal, el sólo hecho de saber que bichos como los nematomorfos existen y que alguien se dedica a estudiarlos alimenta mi ánimo.

Creo sin embargo, que lo que da gusto no es sólo que haya gente estudiando este mundo nuestro (bueno, y otros) sino que se está haciendo con buena ciencia. Con el muchas veces lento proceso de poner a prueba hipótesis y llegar a conclusiones basadas en evidencia confiable. Nos guste o no el resultado. Rosie Redfield lo dejó en claro en su muy divertida conferencia magistral. En resumen, esta mujer detectó fallas en los métodos de un artículo publicado en Science, por un grupo de la NASA. El artículo decía haber encontrado bacterias que podían utilizar arsénico como biomolécula e incluso incorporarlo en su ADN en vez de fósforo. De ser cierto, esto hubiera tenido fuertes implicaciones en nuestro entendimiento de los seres vivos. Según Rosie, no fue sólo un problema metodológico de la autora principal, sino una cadena de fallos en todo el resto de las personas involucradas.

Foto de su diapositiva:

 

Traducción (de la esquina superior izquierda en dirección de las flechas): Fallo de la autora principal - Fallo del último author (supervisor de la autora principal) - Fallo de otros autores - Fallo de los revisores - Fallo de los editores de Science - Fracaso

 

Para no hacerles el cuento largo, el artículo ocasionó mucha controversia en la blogósfera de científicos (por cierto que bloguero ya está aceptado por la Real Academía de la Lengua Española), en parte gracias a una entrada y a un tuit de Rosie (el hashtag #arseniclife está bueno). La situación derivó en dos artículos más en Science, uno de ella (y colaboradores) y otro de otro grupo. Básicamente trataron de repetir los experimentos paso a paso, no lo consiguieron y apuntaron la serie de errores y malinterpretaciones del primer estudio. Veremos qué responden los otros. La conclusión al momento: hay bacterias que pueden vivir en arsénico, mas no utilizarlo como fuente alternativa de fósforo ni incorporarlo en su ADN. En otras palabras, después de tantos fallos, la ciencia como proceso sí funcionó:

 

Traducción: Pero la ciencia (el proceso) funcionó bien.

 

Me quedé pensando en esa última diapositiva. Se trata de que la ciencia funcione. Pero ya no hablo sólo del método, del basar las conclusiones en evidencia, sino también del resto de los aspectos que hay detrás. De la ciencia como actividad humana. Creo que eso es lo que me llevo del congreso: recordar que a la ciencia la hacen personas, estudiantes e investigadores de todo el mundo, inmersos en nuestros propios problemas, nuestras economías, políticas y pesares. La ciencia como proceso y como actividad humana. ¿De qué depende que funcione (o no)?

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Acerca del autor

Alicia Mastretta Yanes es Bióloga egresada de la UNAM y actualmente cursa su doctorado en la University of East Anglia, Inglaterra. Su proyecto de doctorado explora la relación entre las características físicas del paisaje y la distribución de la diversidad genética en plantas de alta montaña de México.

Diáspora Científica Mexicana: ¿Desgracia u Oportunidad?

Colaboración del Dr. Ray Sánchez Pescador

Durante la última reunión de la Academia Mexicana de Ciencia en la ciudad de México se llevó a cabo una mesa redonda para discutir la diáspora de doctorados mexicanos a posiciones de estudio y empleo fuera del país. La mesa redonda fue dirigida por tres científicos que actualmente residen en los Estados Unidos, los doctores Luis Orozco, Pablo Meyer Rojas y Ray Sánchez-Pescador. El objetivo fue discutir el problema de la diáspora de doctores mexicanos y elaborar si debieran existir más oportunidades para facilitar el retorno de estos a México. Después de hacer una encuesta informal, los ponentes descubrieron que una buena proporción de doctores mexicanos en el extranjero intentan o planean regresar a México. Desafortunadamente, su retorno ha sido impedido por una falta de plazas en academia y en la industria. Y cuando las plazas existen, hay un aparente desinterés en contratar a candidatos que han pasado una temporada en el extranjero, favoreciendo a los candidatos locales y pasando por alto la experiencia adquirida en el extranjero que podría ser importada al país.

Como consecuencia, antes de elaborar estrategias de posible repatriación, la mesa discutió datos generados por diferentes organizaciones gubernamentales para analizar la situación actual con más detalle.

Hace aproximadamente cuarenta años, el gobierno mexicano decidió estimular la creación de programas para incrementar el número de programas de doctorado en el país. Desafortunadamente, ésta decisión no vino acompañada de un plan para proveer a los nuevos graduados con un método (empleos) que convierta la inversión en educación en productividad nacional. Actualmente el país genera aproximadamente 3,000 nuevos doctores cada año. Una vez graduados, estos doctores inevitablemente necesitan encontrar trabajo ya sea en la academia o en la industria mexicana. Los últimos datos de CONACYT y del SNI indican que el número de plazas en la academia ha ido disminuyendo, por lo que es imposible que universidades puedan asimilar a todos los nuevos graduados en la estructura actual. Esta situación en la academia se acentúa cuando se descubre que al mismo tiempo que se generan menos plazas para nuevos candidatos, las plazas ocupadas por directivos y administradores no se están desocupando con la misma frecuencia que antes. Esto aparentemente se debe a que la comunidad académica en posiciones de alto rango continúa trabajando, y consecuentemente se mantiene ocupando plazas hasta edades muy avanzadas, retrasando su jubilación. Parece lógico pensar entonces que el número de plazas académicas disponibles para los nuevos doctores continuará disminuyendo.

Es importante hacer notar que la situación que se presenta aquí no es exclusiva de México. Más y más universidades en países desarrollados se encuentran reduciendo presupuestos y programas académicos resultando en menos oportunidades de empleo para sus nuevos graduados.

 

Al mismo tiempo, CONACYT reporta que la industria, la otra opción de empleo para los nuevos doctores, frecuentemente tiene plazas disponibles pero la mayoría de estas plazas son para candidatos con maestría y no doctorado. Juntas, las dos opciones de empleo disponibles apuntan a un futuro incierto para los egresados de programas de doctorado. Como consecuencia, esta escasez de empleo reduce grandemente la posibilidad de que mexicanos en el extranjero tengan la opción de encontrar trabajo en México y poder contribuir con sus conocimientos adquiridos durante su estancia fuera del país a problemas mexicanos.

A pesar de este ambiente aparentemente negativo para la comunidad estudiantil, la mesa estresó la necesidad de que el país debe continuar creando recursos humanos con educación avanzada, pues son ellos mismos los que permitirán a México avanzar política y económicamente y competir en el mercado global.

Sin embargo, si las instituciones académicas mexicanas o la industria nacional no pueden asimilar a los nuevos graduados, es imperativo que estos mismos no dependan o esperen que el gobierno les dé empleo ya que la situación económica limita la habilidad de gobiernos e industrias nacionales de crear nuevas plazas. Los nuevos graduados necesitarán crear sus propias oportunidades de empleo que les permitan contribuir sus conocimientos para el bien del país. Estrategias pueden incluir, por ejemplo, convencer a la industria nacional del valor que doctorados pueden aportar (más allá de lo que puede contribuir un maestro), o mediante la creación de asociaciones o pequeñas empresas, posiblemente incluyendo colaboraciones con mexicanos en el extranjero, para desarrollar nuevos productos para el mercado mexicano. La creación de nuevas empresas generará nuevas oportunidades para investigación básica, ofreciendo más plazas para individuos con educación avanzada.

Acerca del Autor

Dr. Ray Sánchez Pescador, es esgresado del programa de doctorado en Ciencias Biomédicas de la UNAM. Despues de realizar una serie de postdocs en Estados Unidos, ha trabajado para empresas como Quiron ó Genetech coordinando proyectos para desarrollar e introducir al mercado biofármacos contra diversas enfermedades humanas. Actualmente, el Sr. Sánchez-Pescador dirige una empresa dedicada a vender software para electronic medical récords usado para el manejo de datos en hospitales y clínicas médicas.

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